A Natural Curiosity

A Natural Curiosity. Margaret Drabble. Penguin: Londres, 1989

Fuera de juego

«Van Gogh, Touluse-Lautrec, Gauguin, Monet. She stands now in front of an unfamiliar Bonnard nude. The nude is lying flat on her back on an unmade bed, her legs spread, her hair dishevelled. Shirley shifts her weight from foot to foot. Her feet are killing her. And she is numbly sore, within, from the two nights and one evening of sexual intercourse. There is a dull ache in her lower back. A voluptuous, pleasant, womanly ache.»

Una incorrecta pronunciación de la palabra offset en inglés ha llevado a que la lengua española incluya la palabra órsay en el diccionario de la Real Academia junto a la definición «fuera de juego». Así las cosas, la novela de Margaret Drabble con la que me he batido en duelo durante un par de semanas me ha dejado en una situación similar a la de las personas que se encuentran despistadas o distraídas, porque es un caos maldito que me he resistido a abandonar.

Sucede que es la segunda parte de una trilogía cuyos otros dos volúmenes no he leído.

Y sucede que consultando otras opiniones me llegan ecos de impresiones similares a la mía: que A Natural Curiosity es un espectro de personajes y situaciones extraídos de The Radiant Way y que continúan en The Gates of Ivory, un entramado de escenas sin división interna que muestran al lector las conversaciones, aventurillas, reflexiones y meteduras de pata de personajes que crecen como las ramas del árbol que forman las amigas Alix, Liz y Esther. La cubierta del ejemplar que manejo se ilustra con una fachada de una vivienda que podría ser inglesa y en donde, a través de una ventana, se distingue a una mujer que charla por teléfono mientras una frondosa arboleda oculta el resto de ventanas de la casa.

Y así es toda la novela.

Podría aceptar las circunstancias sin más pero es que Margaret Drabble (Sheffield, Inglaterra, 1939) ha dejado tres muescas en mi cerebro a las cuales este librito no logra sumarse: A Summer Bird Cage, La piedra de moler y The Seven Sisters me abrieron como un bote de cola-cao y me llenaron de esperanza y empatía con el universo de la autora; a ella acudo para que me comprendan, me iluminen con sabios pensamientos y me hagan reír o llorar, pero lo que me encuentro en su lugar esta vez es una avalancha de escenas sin puesta a punto previa que me desconciertan. A medida que se empieza una a familiarizar con los personajes,  estos dan pie a otros y se esconden detrás de un árbol o echan la persiana de la ventana, nos dejan fuera, nos excluyen de la situación.

Una trabajadora social, una psiquiatra y una historiadora del arte que, a veces, se juntan para tomar el té y hablar de los demás, lo cual ayuda al lector a poner un poco de orden en ese corcho de recortes que el resto de la novela se ha dedicado a construir sin ton ni son.

Aunque fundamentalmente ambientada en Londres, en 1987, la novela reserva unos párrafos a describir otros lugares como París y escenarios como el museo D’Orsay en donde una pareja que coincidirá con otra deambulará por sus pasillos, se maravillará con los cuadros y las esculturas y, aunque tal vez un poco aturdida, disfrutará de ese caos de información que a veces traen consigo las creaciones geniales, tanto si se comprenden como si no.

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