La piedra de moler

La piedra de moler. Margaret Drabble. Trad. Pilar Vázquez. Barcelona: Alba, 2013

El bebé de Rosamund

En 1965, en Londres, si eras mujer y rondabas los veintitantos años, habías nacido en una familia sin apuros económicos y culturalmente próspera podías ser virgen y acostarte con un chaval prácticamente desconocido una noche, quedarte embarazada y criar a tu criatura tú solita.

¿Podías?

El título La piedra de moler (Weidenfeld & Nicolson, 1965) hace referencia a esa cruz, esa carga, ese lastre que tira de nosotros cuando estamos en un momento vital en el cual lo que más nos conviene es ser libres y no cargar con peso alguno (real o figurado); es una suerte de «suplicio» que nos obliga a responsabilizarnos y atender a tareas que nos desvían de aquello para lo que más y mejor podemos rendir en ese momento, cuando se es joven y se está pleno de salud, energía e ilusión.

Rosamund Stacey alza su voz desde ese remoto Londres revolucionario y genial y argumenta paso a paso cómo cambia de idea, cómo pasa de las veladas con amigos escritores y periodistas más o menos reconocidos en su mundillo intelectual al convencimiento de que parir a una linda bebé y sacarla adelante en soledad, sin abandonar su prometedora carrera académica de investigadora del soneto isabelino es algo factible y satisfactorio:

«Y en muchos sentidos, sin duda preferiría no tenerla, de la misma manera que uno podría preferir carecer de belleza o de inteligencia o de riqueza, o de cualquier otra cosa que pueda ser una fuente de dicha y, al mismo tempo, de dolor».

Encuentro en La piedra de moler pasajes que me ponen los pelos de punta por su intensidad a la hora de reflejar la aterradora experiencia de ser madre. Rosamund demuestra su seguridad decidiendo serlo y avanza con su piedra al cuello durante las páginas de su historia hasta que alcanza el final de la misma en un desenlace que es magistral y hermoso.

Y sin embargo, también me resulta algo irritante la presencia y, sobre todo, la ausencia de unos padres que de tan liberales y comprensivos rozan la ciencia-ficción: ¿acaso en los años 60 la intelectualidad era así de generosa, en cualquier circunstancia? porque en la película Soñadores -Bernardo Bertolucci, 2003- sentí algo parecido respecto a los padres de los protagonistas… sea como fuere, Rosamund insiste varias veces en que es «hija de sus padres» y que la educación que ha recibido la convierte en la persona que es y la mueve a tomar las decisiones que toma. Eso es muy cierto, en Londres en los años sesenta y en donde sea, cuando sea.

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