El despertar. Kate Chopin. Trad. Esther García Llovet. Madrid: Mármara, 2018
Dinosaurios
Eran mujeres que idolatraban a sus hijos, adoraban a sus maridos y consideraban un sagrado privilegio el hecho de sacrificarse como persona, de manera que se dejaban crecer unas alas enormes de ángel guardián.
Edna espabila: un buen día, Edna comienza a identificar, de entre la maraña de emociones que turban su pensamiento, aquellas que son estrictamente suyas y que no se encaminan a satisfacer a nadie más que sí misma. Edna descubre, con veintiocho años y durante unas vacaciones en el Golfo de México con su esposo y sus dos hijos que no hace lo que quiere pero ¡pobre Edna! vive en 1899, es el personaje de una novela de ficción escrita por Kate Chopin (Saint Louis, Missouri, EEUU, 1850-1904) y no, no existe.
Los pesares del héroe entristecen al lector; las dificultades y las instisfacciones calan hondo en aquél con quien son compartidas de palabra y Edna, la pobre Edna Pontellier lo estaría pasando francamente mal, si no fuera porque a la protagonista de El despertar empezamos a conocerla en el momento decisivo en el cual se dispone a cambiar para siempre.
El despertar, ejemplo de literatura sureña del XIX, atípicamente escrita por una mujer a quien imaginamos meciéndose en su silla bajo el porche de la casa que aparece retratada en una fotografía del epílogo de esta edición de Mármara (tan chusca como siempre) es la historia de una dama que va por delante de la mentalidad de su época, que desentona entre los suyos, que se revuelve en su corsé y bajo sus faldones:
El pasado no significaba nada para ella, no tenía ninguna lección que pudiera interesarle, y el futuro era un misterio en el que nunca se aventuró. El presente mismo ya estaba cargado de significado, era suyo, y la torturaba con la dolorosa convicción de que había perdido lo que fue sólo suyo, de que se le había negado eso que su nuevo ser apasionado reclamaba a voces, en su despertar.
El final de la novela es hipnótico, melancólico, misterioso y tranquilo; traslada al lector a un espacio exacto en el cual entiende a la perfección por qué Edna se comporta como decide comportarse.
Luego viene un epílogo perfecto de Jorge Urrutia que comenta aspectos más que discutibles de la cuestión «mujer adúltera literaria» con ejemplos y anotaciones. No lo pierdan, no lo olviden.
Tampoco parpadeen ante el colofón que Mármara le regala a la edición, por donde pasa John Cheever como un fantasma inesperado.
Una pena que cuando se hubiera despertado, hubieran seguido todavía allí, todos juntos, los dinosaurios de su sociedad. Todavía quedan en la nuestra.