En el corazón del Teatro Real

En el corazón del Teatro Real. José Luis López-Linares, 2018

Iceberg

No se ve. Sabemos que existe, intuimos que un edificio de tales dimensiones en donde se representan producciones que atraen a tantísimo público tantas veces, temporada tras temporada con su prestigio, su sello y su popularidad no es sólo lo que se ve sino mucho, muchísimo más.

Valga mi propio ejemplo, que soy alguien que ni siquiera ha podido asomarse a ver lo que «puede verse» porque nunca, jamás he asistido a la ópera y aún así, me consta que es más, incluso más de lo que puedo imaginarme.

Después de ver En el corazón del Teatro Real, subrayo: es un minúsculo pico que asoma de la punta del iceberg y es lo único que vemos -lo que ven los que van- así que interesa descubrir el resto.

¿Exceso de información? Quizás, porque todo es excesivo y todo se toca de una forma resumida y abreviada para poder contenerse en los 75 minutos de duración en donde caben y aún hay quien ha criticado que no se toquen más ciertos aspectos como la danza o el restaurante del edificio (así es, así ha sido, eso se ha dicho).

La música, la representación, la puesta en escena, la construcción de todo, el desempeño de cada disciplina y sus respectivos coordinadores, regidores, maestros, directores, asesores. Todos de acuerdo y en desacuerdo. Artistas entregados a su arte y público privilegiado que reserva su tiempo y su dinero por verlos y escucharlos; Plácido Domingo asegura en un momento de la cinta que es consciente de todas las personas que han hecho planes conforme a ese día y esa representación, que han «quedado con él» para verlo cantar y que se lo debe porque lo respeta, porque de eso va la ópera. Los clásicos adaptados para escenario y partitura, libretos que nacen para un determinado intérprete, tenor, soprano: «divinidad terrenal en el reino de los cielos musicales».

En el corazón del Teatro Real, además, proporciona otros datos curiosos e inesperados como las diversas edificaciones y reformas sufridas desde la construcción original del edificio ¡en mitad de la confluencia de dos ríos que ya no existen! o las dimensiones reales de la caja escénica y el extremo superior que, sumado al foso, dan lugar a un hueco en el que podría caber nada menos que la torre de Telefónica en la Gran Vía madrileña, que no es pequeña.

Y los pequeños enormes detalles: como los vínculos que se establecen entre los maquilladores y los intérpretes a los que caracterizan, las últimas personas a las que ven justo antes de salir a escena, auténticas amistades, o la fuerza del coro, el coro de la ópera: «hubiera querido hacer una película centrada sólo en el coro y el trabajo de su director» afirmaba rotundo José Luis López-Linares tras el pase de prensa.

Venga, vale, creo que todos querríamos verlo.

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