Tres días y una vida. Pierre Lemaitre. Trad. José Antonio Soriano Marco. Barcelona, Salamandra, 2016
Esguince
Los esguinces hay que curarlos. Eso me decían cuando bailaba, que no había nada más peligroso para un bailarín que hacerse un esguince y no curarlo bien porque si no, le dolería el resto de su vida. Por eso esas torceduras, movimientos bruscos que el cuerpo hace para evitar golpes o caídas hay que dejarlos reposar y necesitan tiempo.
Tres días y una vida es una novela que recomendaría a alguien por varios motivos: el primero, que en ella hay dos puntos de vista narrativos diferenciados por el paso de los años, aunque corresponden a la misma persona: el de un niño de doce años y el de ese mismo niño convertido en adulto. Yo he intentado emular diálogos y pensamientos de niños de once años, que son similares a los niños de doce y este alguien, me ha dicho que eso es muy difícil.
Debería leer este libro.
También me gustaría que lo leyera porque es literatura francesa de pura cepa: autor parisino y ambientación en pueblucho francés cuajado de franceses y francesas, que por momentos parece que una la lee y escucha la banda sonora que Mogwai compuso para Les Revenants y de pronto todo le inquieta y le perturba.
Tendría que leerlo, creo que también lo escucharía.
Al protagonista de Tres días y una vida le aqueja la culpa. A lo largo de dieciséis años huye de un recuerdo a veces con mejor y otras con peor fortuna. De niño no sabe cómo enfrentarlo y lo esconde, permite que la tierra se lo trague y deja que pase la vida por encima con la certeza, inevitable, de que en algún momento ese recuerdo va a regresar y le va a rendir cuentas, como hacen los zombis, más o menos.
Así que no, Antoine Courtin, el eje de esta historia, no cura bien sus esguinces. Él prosigue con su día a día sin curar el daño que se ha hecho, sin parar e interrumpir sus rutinas por un tiempo. Lejos de sobreponerse a ello, ese traumático suceso lo acompaña y en un momento dado lo golpea. Antoine Courtin encadena entonces una terrible decisión con otra y así se alcanza un desenlace brillante e inesperado.
Al menos la procrastinación no es el mayor defecto de Antoine Courtin.
Creo que es pronto, pero me encantaría recomendarlo.