Joy Division. Placeres y desórdenes

Joy Division. Placeres y desórdenes. Ed. y coord. Fruela Fernández. Madrid: Errata Naturae, 2018

Cadáveres estelares (y exquisitos)

Es ese instante en que lo hogareño adquiere el rostro de la diferencia, o de la distancia, donde brota lo siniestro. Un repaso a las letras de Ian Curtis permite observar cómo la imagen del hogar remite constantemente al extrañamiento. Cuando lo cotidiano se transforma en espacio extraño toda sensación de seguridad se desvanece.

Nos sentíamos forasteros. El arte del extrañamiento en Joy Division.

Alberto Santamaría

Cuidado que estamos citando mi architema preferido (sí, he escrito una tesis sobre ello) y me pongo nerviosa, intranquila: que lo siniestro de Freud es para mí como los soldados imperiales para los fans de Star Wars, más o menos. Este compendio de ensayos y/o artículos escritos por «una docena de escritores, pensadores y músicos» como reza su faja promocional cita a Freud y a lo Unheimlich en tres ocasiones. Me ha tenido al borde del infarto hasta casi su última página pero en general, me ha parecido una buena experiencia porque aunque obvio (tras leerlo, reconozco que lo es y que de haber profundizado yo más en la banda de Manchester lo habría identificado a las leguas) es bueno que estos escritores, pensadores y músicos me lo cuenten y aporten otros datos.

Datos como que de Joy Division no era un simple prostíbulo como yo pensaba, sino el nombre de un pabellón adonde los nazis llevaban a las niñas judías en Auschwitz y otros doce campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial para explotarlas sexualmente (nota mental: leer La casa de las muñecas- Ka-Tzetnik-135633 en alguna de sus ediciones. Todas me valen) los Freudenabteilung y de ahí lo de estos chicos.

Chicos a los que yo descubrí con Control, de Corbjin y no me avergüenza decirlo (corría el año 2007 y aún no estaban de moda las camisetas de Pull&Bear que tanto critica Eduardo Guillot, con no poca razón). Chicos que tocaban en The HaÇienda en Manchester, un sitio que yo visité porque me llevó mi primo en el 2008 y yo, ni idea de nada.

Menos mal que se hacen este tipo de libros y que puedo leerlos: me siento como recomponiendo uno de esos poemas vanguardistas hechos en servilletas, como si cada autor llegara, contase su movida y se fuera. Algunas son más interesantes que otras, porque lo de centrarse en que al pobre de Ian Curtis se le fue la pinza y se suicidó por ver una peli de Werner Herzog y escuchar a Iggy Pop suena raro, cuanto menos.

Para mí, el motivo de la epilepsia de Curtis y su conexión freudiana a la hora de definir lo siniestro, con eso me quedo y en eso me rebozo como una croqueta de jamón, bien empapada del concepto, me encanta, o que si los románticos lo flipaban con Goethe y querían emular al joven Werther, los post-punk de la generación de estos chicos con lo que soñaban era con desconectar de la insatisfacción interna con un desprecio crónico de lo externo:

El punk decía «jódete». Joy Division básicamente decía «Estoy jodido» (I’m fucked)

¿Un futuro para vivir? Escenas para Joy Division

Germán Cano y Jorge Cano

Porque son placeres, son desórdenes y son explosiones de supernovas rotando cientos de veces por segundo.

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