La postal, Anne Berest. Trad. Lydia Vázquez Jiménez. Barcelona: Lumen, 2022
Genograma
Una cita de Simone Weil que no recuerdo bien da sentido al argumento de La postal de Anne Berest (París, 1979). La autora de la novela explica a lo largo de una entrevista con una canal de televisión norteamericano que, durante las sesiones de terapia psicoanalítica a las que lleva acudiendo desde hace años, se dio cuenta de cómo debía escribir su novela: reconstruyendo las ramas del árbol genealógico de sus ancestros.
La cita en cuestión viene a explicar algo así como que es más importante transmitir el conocimiento de generación en generación que trabajar en la memorización de los datos, que la personas deben identificar esa responsabilidad en el seno de sus familias para que el pensamiento, en general, perdure, evolucione y no se pierda.
La postal narra el proceso natural durante el cual la propia Berest toma conciencia de sus orígenes y se posiciona activamente en la identificación de un pasado que, hasta el momento en que su hija es señalada con desprecio como «judía» en el colegio, no había interferido en su pensamiento, no la había motivado a posicionarse ni tampoco la había hecho reflexionar.
Al comenzar a leer La postal me descoloca el estilo; pienso que tal vez se trate de la traducción, que la lengua francesa tiene sus propias expresiones y que puede que sea su ritmo peculiar el que resuene distinto en su viaje al castellano, pero no. La misma entrevista me aclara la confusión: la autora ha escrito el libro para un lector ideal adolescente y no para la mujer adulta de cuarenta y un años que soy yo.
Aun así, leo intrigada, con deleite y con satisfacción, con tristeza en muchos de los capítulos y con sorprendente comicidad en otros. Me gusta, disfruto la lectura.
Hace aproximadamente un mes fui seleccionada entre los ganadores del sorteo de un ejemplar de la traducción al inglés. Incapaz de esperar a recibir mi paquete, que volaba desde los Estados Unidos hasta Madrid y que, mientras escribo estas líneas, todavía no ha encontrado su destino, me hice con una copia en español. La terminé un par de semanas después y, en lugar de sentarme a escribir inmediatamente, esta vez he dejado que el recuerdo de la historia de Anne y de su familia reposara, que pesara y se posara naturalmente en mi memoria.
Algunas cosas que recuerdo del libro son las siguientes: que es sencillo no temer que vuelva a repetirse un acontecimiento traumático por el mero hecho de no haber tenido que vivirlo, pero que es necesario conocer su existencia para evitar que vuelva a repetirse; que la sensación de pertenencia a una cultura no está determinada necesariamente por la enseñanza de una lección (religiosa o no) pero sí por la educación que salta, a veces espontánea y otras intencionada de padres a hijos y también a nietos, por la comunicación entre ellos, por la curiosidad aprendida.
Un libro de preguntas y respuestas, de familias, de mensajes y destinatarios.
Un legado y una lección de Historia que merece la pena aprender a cualquier edad.
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