Mucho cuidado

─Tengan cuidado porque al tercer intento se les bloqueará la tarjeta

─¿Qué ha dicho?

─Que lo has hecho mal ¡como siempre!

Llegan a la librería cogidas de la mano, de esa forma se ayudan mutuamente a bajar los tres escalones de la entrada: de uno en uno y con cuidado, mucho cuidado siempre. Las reconozco enseguida, también lo hago cuando llaman por teléfono porque una de ellas no oye nada y, por algún motivo, siempre es ella quien encarga los libros o la que contesta al teléfono cuando tengo que avisarla de que ya hemos recibido su pedido.

─¿Cómo dice? Es que no entiendo. No entiendo nada de lo que dicen.

Sé que le habla a la otra que debe de estar mirando desde el butacón donde está sentada, frente a ella, cerca de la tele y cerca de algún jarrón de cristal tallado y con flores de tela dentro.

A veces, a base de pegar un par de gritos y pronunciar muy despacio soy capaz de sostener la conversación sin que me cuelgue, pero otras no hay más remedio que rendirse y abandonar.

─Vuelve a intentarlo, no seas boba. Márcalo bien.

Sostengo el datáfono delante de ellas; ya han pasado la tarjeta por el lector «contactless» y ahora deben marcar el pin secreto. La pantalla del aparato ofrece una superficie táctil con los dígitos bien grandes y ellas marcan las cuatro cifras pero, cosas de la sensibilidad de las nuevas tecnologías, o cosa de sus dedos frágiles y con huellas hechas para el contacto real con un teclado real, el caso es que fallan porque no marcan bien, o marcan dos veces al presionar demasiado o el sutil pitido de confirmación de cada pulsación no llega a ninguno de sus cuatro oídos.

Antes del tercer fracaso, me ofrezco a marcar yo.

─Por favor, guapa.

Una le da un codazo a la otra.

─Pero ¡si es secreto! Cómo se lo vas a decir.

Yo ya me sé el código desde el comienzo. No han dejado de repetirlo y ha sido inevitable incurrir en esa infracción o violación de la Ley de Protección de Datos pero ¿qué le voy a hacer? Quiero ayudar.

Lo marco y el datáfono emite el ticket de confirmación.

─Muchas gracias, hija. Ahora no vayas a usar el número por ahí.

Me sonríe con ternura y la otra no, pero se despide agradecida por mi gesto.

Las veo salir cogidas de la mano y caminando despacio, con cuidado de no tropezar.

Les digo adiós desde el mostrador pero imagino que en la puerta ya no me escuchan.

Se supone que este sistema de cobro simplifica el proceso y hace que todo sea más fácil pero el caso es que en eso estoy de acuerdo con ellas: yo tampoco entiendo nada de lo que dicen, a veces.

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