My Year of Rest and Relaxation. Ottessa Moshfegh. London: Vintage, 2019.
«I gasped. I breathed. I’m here, I thought. I’m awake. I thought I heard something, a scratching sound at the door. Then an echo. Then an echo of that echo. I sat up. A rush of cold air hit my neck. «Kshhhh,» the air said. It was the sound of blood rushing to my brain. My vision cleared. I went back to the sofa».
[Ottessa Moshfegh, My Year of Rest and Relaxation]
Let her sleep, for when she wakes…
Grandes cosas podría prometerse la protagonista de esta historia al acabar su plan. Grandes proyectos con un espíritu renovado y un aura limpia, limpísima después de dormir durante meses, inducida por altas dosis de narcóticos, con interrupciones para comer algo y moverse un poco.
Ella, que no tiene nombre.
Ella es una joven recién salida de Columbia, con dinero y propiedades heredadas, que vive en un apartamento en Nueva York y que arrastra un hastío de la vida que no puede con él.
Su cuadro favorito: La Mort de Marat (Jacques-Louis Davis, 1793) en donde el líder de la revolución francesa aparece apuñalado en su bañera. Para ilustrar la cubierta de la novela, un cuadro del círculo del mismo artista, el retrato de una mujer anónima vestida de blanco y, también, parece que tremendamente cansada. Harta de todo.
Sin embargo My Year… parece que trata otros asuntos, como suele hacer su autora, como ya hizo en otro libro que leí por aquí, que parecía un thriller y era otro libro, era otra historia.
Acompañamos a esta joven durante el tiempo que le dura su «plan de renovación», la leemos mientras charla medio colocada (o colocada del todo) con su amiga Reva, el estereotipo del daño que ha hecho Sex and the City en generaciones como la mía y alguna posterior; también vamos con ella a la consulta del psiquiatra y asistimos a las delirantes aclaraciones y preguntas de su doctora; conocemos los detalles de una relación de abuso y manipulación a la que se somete por parte de un ejecutivo llamado Trevor, de quien asegura estar enamorada, y la perdemos de vista cuando baja al restaurante indio de su calle, en donde cada día se abastece de comida preparada y dos cafés; nos dormimos a su lado en cuanto enciende la tele para ver, una detrás de otra, las películas su heroína Whoopi Goldberg.
Diríase que todo está perdido.
Podría asegurarse que, haga lo que haga esta mujer, ya es imposible que asome la cabeza del abismo en donde está metida pero, entonces comienza la historia.
Sólo cuando llegamos al final comprendemos que el abismo era otro, que sus problemas también era diferentes a los problemas que imaginábamos para ella y que incluso ella ¿por qué no? podría ser otra persona.