Antiedad

Por algún motivo, la otra noche desperté a las cinco acordándome de los recipientes de crema contorno de ojos de los años noventa, una fórmula exclusiva de retinol activo puro y concentrado cuyo envase (un tarro transparente) dejaba ver un gel revuelto en una hélice con brillos tornasolados. Me volvían loca aquellos botes, imaginaba que Alicia ⏤la del país de las Maravillas⏤ cuando comía del tarro que la volvía diminuta o enorme lo hacía tomando una sustancia que debía de ser así, retinol activo puro, concentrado y con reflejos de colores.

Pensé en eso y me desvelé hasta las seis y pico, cuando volví a dormirme.

Por la mañana abrí mi correo para descubrir que había aparecido en once búsquedas esa semana, eso anunciaba mi red social de búsqueda de empleo. «Descubre dónde trabajan los que te han buscado», decía.

No tuve ánimos para conocerlos y me metí en la ducha.

Al salir apliqué mi crema vegana en el rostro, repartida con suaves masajes ascendentes, como ahora aconsejan los tutoriales de internet y no como en los noventa porque entonces, el retinol activo puro en una fórmula concentrada y brillos tornasolados ⏤como los del ópalo blanco de Etiopía, como los del nácar⏤ debía extenderse con golpecitos. Echarse aquello en la cara sí que debían de ser maneras de comenzar el día.

Iba pensando en el frasco con el vórtice de gel iridiscente dentro cuando subí al metro y me fijé en un hombre que se apoyaba en la pared del vagón, mientras sostenía un enorme cuadro con la escena de un ciervo huyendo de los mordiscos de un par de perros. La típica escena de caza que podría colgar en la consulta de un dentista o un bar viejuno pero moderno. La estampa fue tan extraña que interrumpí un discurso de pensamiento que ya me conducía al vestido de mi muñeca «Lady tirabuzones»⏤también nacarado⏤ y lo observé, porque agachaba la cabeza y miraba al suelo en vez de a la pantalla de su teléfono. Al llegar a Sol el tipo agarró el lienzo y se fue, como si aquello hubiera sido lo más normal del mundo, pero no lo fue.

Dos estaciones después regresé a mis recuerdos, a la vez en que abrí uno de aquellos botes: fue en casa de unos amigos de mis padres, ella tenía muchísimos productos de belleza sobre un estante junto al espejo del lavabo, no quise dejar pasar mi oportunidad; en cuanto identifiqué el tornado de retinol del anuncio de la tele lo abrí sin pensármelo dos veces y comprobé que era transparente, que no había un pasadizo secreto a una dimensión desconocida que conectase con aquel frasco así que introduje un bastoncillo y revolví con todas mis ganas.

Nada.

Acababa de convertir el frasco de la eterna juventud en un mediocre bote de gomina.

Lo dejé de nuevo en el estante de aquel cuarto de baño al que no regresaría jamás y no volví a acordarme de esa crema hasta esta madrugada.

Decenas de empresas continúan buscándome.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Crea un sitio web o blog en WordPress.com

Subir ↑

A %d blogueros les gusta esto: