El desencantado

El desencantado. Budd Schulberg. Trad. J. Martín Lloret. Barcelona: Acantilado, 2004

LA LA Land

Recuerdo que terminar Suave es la noche me dejó churretones de melancolía escurridos por la mejilla: aquella historia que recreaba con otros nombres las vidas de Francis Scott y Zelda Fitzgerald invitaba a la reflexión acerca de una época y un modo de vida tan atractivos como aterradores por sus consecuencias. Bonita pero triste, muy triste.

Leo El desencantado animada por la perspectiva de una historia sobre guionistas del Hollywood de los años cincuenta, no tan lejos ni tan diferentes de los del Madrid de 2021 y, cuando me doy cuenta, estoy hundida de nuevo en los detalles más crueles de aquella pareja de desgraciados fascinantes, esas dos víctimas de los locos años caídos en picado de la montaña rusa de la fiesta y el despiporre, de nuevo Francis y Zelda, aunque aquí se llamen Manley y Jere.

El desencantado toma como hilo conductor la narración de Seph, un joven guionista a quien contratan para trabajar junto al mismísimo Manley Halliday en una producción de Hollywood. Emocionado por la oportunidad de crear una película codo con codo junto a su escritor favorito, Seph se entregará a un viaje de conocimiento inesperado de su ídolo, de sí mismo y de la hipocresía del negocio del cine. Seph vivirá el auténtico desencanto de la mano de un total desencantado y, como Don Quijote y Sancho Panza, entre los dos se forjará una relación simbiótica, complementaria, una metamorfosis recíproca que culminará en uno de los soliloquios más emocionantes que por aquí se han leído en mucho tiempo.

Porque LA LA Land (Damien Chazelle, 2016) podrá clasificarse como película romántica pero cada vez que vuelvo a verla me provoca una rabia y una tristeza que sólo consigo explicar si la interpreto como tomadura de pelo de su creador. Con ella el desencanto es similar al de esta novela; es una historia sobre las falsas esperanzas alimentadas por la varita de ese «bosque mágico» que es Hollywood. Lo dije entonces e insisto ahora: nada acaba como queremos, como nos han prometido que acabaría en ese cuento cruel, porque la vida no es así pero ¿qué sentido tendría no ilusionarse con que así lo fuera?

 

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