Mantícora

Mantícora. Robertson Davies. Trad. Miguel Martínez-Lage. Barcelona: Libros del Asteroide, 2006

El hombre en busca de (mil millones de años) de sentido

Si con el primer volumen de su trilogía la mirada del lector se volvía hacia el que no era centro de interés (o al menos no lo parecía) en la historia de los tres amigos del pueblo canadiense de Deptford, con este segundo libro se hace un alto en el camino y se profundiza en la mente de David Stauton mientras él asiste a sesiones de terapia jungiana para comprenderse, para comprendernos.

David Stauton a veces sueña con matícoras y, en un acceso que él considera desesperado, acude a Suiza para tratarse de una dolencia psíquica que lo mantiene obsesionado con la muerte de su padre, el multimillonario Boy Stauton, a quien los lectores ya hemos conocido en la primera novela de la serie. Detalles que conectan con hitos propios del cine clásico (Rosebud, Rosebud…) y una profundidad reflexiva muy del estilo de John Irving o el Javier Marías de los años en los cuales yo lo leía (¿hace quince? ¿veinte?) dan a Mantícora el carácter esperado.

«la gran tarea que nos espera consiste en llegar a ver a las personas como son, sin que las velen y nublen los arquetipos que llevamos dentro. No se trata de andar en busca del gancho idóneo para colgar a cada una».

El hijo de aquél que había lanzado una bola de nieve «envenenada»  a Ramsay y que, por error, había impactado en la señora Dempster provocando el prematuro parto del pequeño Paul se empeña en investigar y, después de descender a las cavernas más oscuras y tenebrosas, acaba cubierto de mierda (los dos conceptos se dan en un magistral juego literal y figurado casi a la vez).

Este volumen se centra en las sesiones de terapia a las que se entrega con devoción y sacrificio el narrador, David Stauton, e invita a divagar por las generalidades de la psique de todos nosotros que nos creemos tan diferentes y, sin embargo, nos parecemos tanto en nuestras reacciones, nuestros miedos y nuestras rabias patológicas: no sólo somos lo que aprendemos sino que proyectamos en los demás lo que ya conocemos de antemano:

«¿No sabe usted lo que es el fanatismo? Es sencillo: se trata de un exceso de compensación frente a la duda».

El granito rosa de Canadá puede tener hasta mil millones de años y por eso es inútil aferrarse a un pedazo y asumir que sea «nuestro»: ya estaba ahí, llevaba un buen rato y ahí seguirá cuando esto se termine para nosotros.

Parece un ejemplo al azar pero no lo es, el libro explica el resto.

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