El nervio óptico

El nervio óptico. María Gainza. Barcelona, Anagrama, 2017

Ojo y cerebro

«Puede que mirar un Rothko tenga algo de experiencia espiritual, pero de una clase que no admite palabras. Es como visitar los glaciares o atravesar un desierto. Pocas veces lo inadecuado del lenguaje se vuelve tan patente. Frente a Rothko, una busca frases salidas de un sermón dominical pero no encuentra más que eufemismos. Lo que uno querría decir en realidad es «puta madre»»

Si María Gainza escribe cosas de su vida y las mezcla con cosas de la vida de algunos pintores de algunos cuadros, si lo hace tan bien que consigue que disfrutemos con su libro ¿por qué no voy a ser capaz yo de leerlo y recordar con él cantidad de películas, libros, viajes y personas que han pasado por la mía? Pues lo soy y sepan que son demasiados para lo breve que es El nervio óptico, así se lo digo.

Para empezar, ese cuadro de la cubierta que roba el protagonismo del primer capítulo, ese ciervo que escapa malamente de una cacería y que podría ser el mismo que aquel otro que obsesiona a la mujer sin piano de Javier Rebollo. Por los mismos motivos, además.

Luego llega Cándido López y sus cuadritos de la guerra de la Triple Alianza, esos mismos ante los cuales me puso un amigo en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires. «Son como el storyboard de una película» me decía, y yo le respondía que más bien como un cómic de detallismo enajenado. Ése, ese mismo también aparece y con él otros tantos del mismo museo, ay: Buenos Aires, quiero volver.

Reaviva mi nostalgia el hecho innegable de que este libro está escrito con acento argentino, que lo leo en alto y me creo que hay autobuses ruidosos al otro lado de mi ventana, como los que contaminaban el silencio de la Avenida Corrientes. Ella, la narradora, va y viene por sus historias y sus observaciones peculiares sobre esas pinturas y hace que nosotros, los lectores, vayamos a buscarlas en google para comprenderlo todo mejor. Si Gericault, Foujita, Rothko y demás artistas están, es para completarla a ella, porque el arte tiene esa forma de ser, ese evocar en quien lo observa los misterios de su propia intimidad como si fuera magia. A mí en concreto me gusta que la narradora, una mujer que habla de sí misma con una naturalidad muy similar a la de Marta Sanz en Clavícula, me diga que a Rothko lo puede contemplar cualquiera y maravillarse porque simplemente sea bonito ese negro que no se traga al rojo, porque hubo quien en una ocasión se empeñó en demostrarme lo contrario, que «a Rothko hay que estudiarlo» y que «no puede ser sólo bonito». Valiente gilipollas.

Así que bien, El nervio óptico me ha hecho rascar donde no recordaba y a pesar de un final con regusto amargo, les digo que me ha gustado mucho.

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