La puerta

La puerta. Magda Szabó. Trad. Marta Komlóski. Peguin Random House, Barcelona, 2016

Espejo, espejito mágico

«All I want to do is save the children, not destroy them…»

The Innocents (Jack Clayton, 1961)

Así hablaba Deborah Kerr al comienzo de la película de Jack Clayton: pensaba y nos dejaba oír sus reflexiones. Podría decirse que se arrepentía y se lamentaba de haber obrado como lo hizo. Entonces The Innocents comenzaba y el espectador viajaba al inicio de la historia para comprender hasta qué punto era cierto que la señorita Giddens era culpable, responsable y víctima a la vez de lo que decía.

Había que ver la película.

En las primeras páginas de La puerta, una narradora demasiado consciente de sus errores, también se lamenta por haber hecho lo que hizo en un punto concreto de la trama que está a punto de contar al lector:

«Yo quería salvarla, no destruirla, pero eso no cambia nada»

Así que arranca la novela y vamos todos sugestionados y expectantes ante ese terrible acontecimiento. Queremos saber qué tan mal se ha portado esta mujer y descubrimos que su peor equivocación fue creerse con autoridad sobre alguien que la había considerado merecedora de lo único que tenía: su confianza y su lealtad.

La puerta, que se lee entre confusión y ahogos, porque una mastica la culpa en cada página y el arrepentimiento en cada párrafo, está contada por el personaje de una escritora. Lo que ella recuerda, intuimos que no siempre se corresponde con lo que realmente pudo haber ocurrido y aun así, le damos crédito, porque ella misma se eleva sobre nosotros: es autora de éxito, necesita que alguien haga el trabajo de mantener una casa por ella para que ella pueda «crear» su maravillosas novelas, le conceden premios, da conferencias. Es superior y sin embargo, quizás se equivoque.

Sin casi diálogos y con extensas digresiones, La puerta enfrenta a la narradora con su sirvienta Emerenc, que podría ser su antítesis, la persona más opuesta a ella que pueda existir. Ambas se miran en el mismo espejo y trazan el camino de una amistad sorprendente, desconcertante y conmovedora.

Será esa amistad, como lazo afectivo peligroso y frágil, la que sostenga el esqueleto de la historia de La puerta, la narración de una decepción y un fracaso como los que vivimos todos en nuestras relaciones con los demás, a quienes queremos, a quienes creemos conocer, por quienes nos sentimos unidos de un modo u otro:

«Uno no debe entregarse nunca a una pasión con toda su alma, porque eso lleva, antes o después, pero infaliblemente, a la perdición. Los que lo hacen terminan mal siempre. Para evitarlo es mejor no querer a nadie; porque si eres capaz de amar siempre habrá un ser querido que será sacrificado por tu culpa y, si no, serás tú quien se arrojará de un vagón»

Ni siquiera a nosotros mismos. Ni siquiera cuando nos miremos en el reflejo guasón del espejo del baño. Mejor no querer a nadie.

Y que eso fuera posible.

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