La ciudad de los vivos

La ciudad de los vivos. Nicola Lagioia. Trad. Xavier González Rovira; Barcelona: Penguin Random House Mondadori, 2022

El infinito en un crimen

Existen ciertos cuadros que, debido a la disposición de los elementos en ellos retratados, tienen la capacidad de dirigir la mirada de quien los observa y hacer que ésta vaya de un punto a otro de la escena representada; en ellos el observador sigue una línea que no se interrumpe y que, cuando termina, vuelve inevitablemente a su punto de partida y así hasta el infinito, o al menos hasta que el observador deja de mirar. Con este libro sucede algo parecido ya que incita a la reflexión del lector y lo conduce irremediablemente a rendirse ante la falta de certezas, para forzarlo a comenzar de nuevo en sus elucubraciones y, de nuevo, a abandonarlas en un bucle sin fin.

La ciudad de los vivos es una novela nacida de la frustración de su autor, un periodista obsesionado con un caso de asesinato que conmocionó a la opinión pública italiana en 2016.

«Esta vez no era la justicia la que se esforzaba en iluminar los rincones oscuros de la naturaleza humana, sino que era el fondo del pozo el que ascendía impetuosamente hacia quien se asomaba para mirar adentro»

[pp. 92]

A pesar del motivo del cual surge se trata de una historia que trasciende ese suceso escabroso (la tortura y asesinato de un joven) y que lleva al lector a un viaje espacio-temporal inesperado que lo obliga a considerar lo que sabe y lo que ignora acerca de los siglos que contemplan a esa ciudad eterna que es Roma y a comprender, quizás, por qué lo es:

«Desde hacía algunos años, en Roma, alguien apostaba por las bicis de alquiler […] En el plazo de un mes, de esas bicicletas no quedaba nada. Los romanos las tiraban de los puentes, las quemaban, las destrozaban de todas las formas imaginables, las destruían con una furia ciega y primigenia […] Llevar estas bicicletas a Roma significaba tener la arrogancia de curar a un moribundo a base de aspirinas, era una farsa, una humillación y, peor aún, era pretender conectar con las últimas novedades tecnológicas a una ciudad que se había sacudido de encima el concepto de progreso y flotaba en el estancamiento, en el vacío tecnológico, algo parecido al polvo de las pirámides tras el fin de la civilización egipcia, con la paradógica diferencia de que Roma, en cambio, seguía rebosante de vida»

[pp. 245]

A medida que se disponen los testimonios de los implicados en el crimen y de sus familiares y amigos, en La ciudad de los vivos se itercala la aparición de un personaje ajeno a todos ellos y, sin embargo, ejemplo de esa perversión subyacente a la majestuosidad milenaria de Roma: igual que las ratas que infectan el alcantarillado, un turista holandés se desplaza hasta allí para alimentar otro delito: la prostitución y la pedofilia.

«Estaban allí, sin nombre, de paso. Dentro de cien años ambos estarían muertos y esa habitación ya no existiría»

[pp. 367]

¿De dónde viene la motivación para ejercer violencia como la que desencadena el asesinato de Luca? ¿De dónde vino en el caso de Marco y Manuel quienes, tras dos días encerrados en su apartamento consumiendo cocaína y bebiendo sin medida, decidieron buscar a una víctima y descargar el mal sobre ella hasta destruirla?

Un libro que para ilustrar procesos psicológicos complejos toma referentes populares y dirige la mirada del lector en bucle desde el horror hasta el perdón, desde la lógica hasta el absurdo; una novela que plantea el antes, el durante y el después del estallido de la violencia con ejemplos como la famosa escultura de Moisés de Miguel Ángel en la iglesia de San Pietro in Vincoli cuyo rostro, según Freud, refleja con exactitud la contención previa a ese estallido.

Y vuelta a empezar.

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