Vladimir. Julia May Jonas. Picador: London, 2022
Who cares?
Las cosas importantes de la vida suscitan siempre opiniones enfrentadas que generan debates y alargan conversaciones hasta el infinito, que en ocasiones ayudan a forjar amistades y que otras, en cambio, las rompen para siempre. A veces la lectura de una novela, cuando su tema ha sido meticulosamente escogido y su autora lo moldea para ajustarlo a las expectativas de sus lectores también lo hace, sobre todo si a lo largo de la lectura esas expectativas saltan por los aires.
La primera novela de Julia May Jonas, profesora de escritura teatral en el Skidmore College de Nueva York, es un libro que recomiendo. Es el libro que esperaba leer cuando lo compré y a la vez no lo es pero aquí estoy, veinte minutos después de haberlo terminado y dispuesta a explicar por qué creo que debe leerse.
Vladimir utiliza el acoso sexual en el ámbito académico como excusa para que, al leerlo, nos demos un chapuzón en la mente hecha polvo de una narradora en absoluto confiable pero perfectamente reconocible. Atreverse a decir lo contrario tal vez sea mentir: tiene 58 años, con todo lo que esa edad implica en la mentalidad de una mujer privilegiada como ella, en una sociedad como la suya; es profesora universitaria en un liberal arts college de los EEUU al que acceden los hijos de exclusivas familias y desde donde arranca una ola de acusaciones por parte de varias alumnas hacia su esposo, también profesor, que mantuvo relaciones sexuales con todas en el pasado. Ella lo sabe y lo acepta porque son una pareja liberal y ése (entre otros) ha sido uno de los pactos que han sostenido su matrimonio. Con este punto de partida se prende una mecha interesante con la que el lector debe tener cuidado si no quiere quemarse.
Quizás importe poco la obsesión de la narradora con el personaje que da título al libro, Vladimir, o quizás sea precisamente esa obsesión la clave para calibrar todas las ideas alocadas que esta voz protagonista ha forjado sobre sí misma a lo largo de su vida. Leerla es odiarla y comprenderla profundamente a la vez.
Vladimir perfila el ego invasivo y autodestructivo de un personaje anodino pero común como el más común de los mortales. A su alrededor: su familia, un entorno laboral opresivo y una montaña (rusa) de frustraciones ridículas la convierten en víctima, aunque las víctimas de esta historia, supuestamente, sean otras.
El juego de espejos al que se enfrentan buenas y malos, malas e inocentes, agresores y víctimas hace que cada lectura sea diferente y que saque de quicio con la misma intensidad que conmueve.
Pienso que una historia así, aunque no sea importante, merece la pena leerse.
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