Berg

Berg. Ann Quin. And Other Stories: Sheffield, 2019

Duda paralizadora

Tal vez desacertadamente, antes de cumplir los quince años me regalaron los diarios de Nijinsky. El virtuoso y legendario icono de la danza clásica y precursor de todo atisbo de danza moderna en el siglo XX, Vaslav, se desataba en unos textos fervorosos para explicarse a sí mismo (quién sabe si quizás creyendo que también a otros) su genialidad desbordada.

Leer aquello me reventó el entendimiento. Los delirios de Nijinsky acerca de sus ideas sobre Dios y él como uno sólo, del sexo, de la danza, su relación con Diagilev y con su esposa Rómola, los conceptos de creación, de vida y de muerte en general me confundieron bastante.

Más o menos por las mismas fechas alguien programó Hamlet en en la lista de lecturas obligatorias de una asignatura que teníamos en el instituto.

Menos mal que unas tres décadas (y pico) después leo Berg de Ann Quin. Menos mal.

Envuelta en la niebla que define las primeras obras de escritores suicidas, Berg llega al lector precedida del conocimiento de que su autora se ahogó antes de cumplir los cuarenta junto al palacio del famoso malecón de Brighton. Chisporroteos de curiosidad y una alfombra roja de morbo nos invitan a la lectura.

En Berg, un protagonista equívoco, misterioso y sobrado de delirios quiere asesinar a su padre pero todo son excusas para no hacerlo. La narración, que no admite a penas puntos ni comas ni espacios, tan solo fragmentos en cursiva aislados que reproducen el estilo directo de una madre que no está pero que se siente muy presente tiende a enloquecer también un poco a quien lee: alguien que habla de sí mismo en tercera persona, que parece que piensa en alto o «por escrito», una suerte de fluido de consciencia agotador que parece que no conduzca a ningún buen destino.

Igual que el príncipe Hamlet, Alistair Berg (o Greb, según se mire, se lea y se entienda) se resiste a acabar con la vida de ese padre tan poco merecedor de su afecto y en el proceso lo espera, lo escucha junto a su amante, se recrea imaginándolo, imaginándolos. La obsesión por su muerte se mezcla con las olas y las algas del mar cercano al hotel en donde ambos se alojan y al final sucede algo, suceden muchas cosas que resuelven ese conflicto de manera nada ortodoxa pero no se entiende casi nada.

O yo no entendí ninguna de las lecturas tan bien escogidas en mi adolescencia. No lo sé. Dudo.

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