La educación sentimental

La educación sentimental. Gustave Flaubert. Trad. Miguel Salabert. Madrid: Alianza, 1998

Laissez faire

«Era un desbordamiento de miedo, una venganza, a la vez, de los periódicos, de los clubs, de los corros en la vía pública, de las doctrinas, de todo lo que exasperaba desde hacía tres meses; y, a pesar de la victoria, la igualdad (para castigo de sus defensores e irrisión de sus enemigos) se manifestaba triunfalmente, una igualdad de bestias salvajes […]. La razón pública quedó tan perturbada como la naturaleza tras sus grandes convulsiones. Personas inteligentes se quedaron idiotas para toda su vida».

Será casualidad que La educación sentimental se ubique ciento veinte años antes de la revolución hippie estudiantil y proletaria que convulsionó París en Mayo de 1968, tan bien retratada por Bernardo Bertolucci sin casi hablar de ella en su película Soñadores (The Dreamers, 2003, basada en la novela de Gilbert Adair, The Holy Innocents, 1988).

Frédéric Moreau, protagonista de esta histoira, experimenta un viaje personal, vital y de transición a la madurez muy similar al que llevaba a aquellos tres pijos progres y cinéfilos de la película a conocerse a sí mismos en plena ola de protestas y sacudidas políticas también en París, ciento veinte años antes.

Se ha dicho a menudo que en La educación sentimental en realidad no sucede nada, que en lo que dura su lectura, sus personajes se pasean a lo largo y ancho de la capital francesa y alrededores sin otro conflicto que el de prosperar económicamente, escalar socialmente y triunfar en la conquista de los corazones. Mientras Frédéric vive obsesionado por la señora Arnoux y se ocupa en la imitación de su círculo de colegas vistiendo como ellos, frecuentando los mismos salones y aspirando a destacar entre ellos en un plazo más bien corto de tiempo, los parisinos se echan a las calles y acaban con la monarquía.

Es innegable que la trama no tiene mucha más complicación, que Flaubert se prodiga en páginas y páginas de pinceladas precisas tanto del aspecto como de los pensamientos e ideología de esos personajes en el cuadro de su novela y ahí es donde resulta fascinante: sin darse cuenta, al terminar un libro en el que «no pasaba nada» el lector se ha tragado más de quinientas páginas de flirteos, infidelidades, mentiras y apasionados discursos y su protagonista ha pasado de ser un soñador inexperto a un auténtico canalla con medalla.

Isabelle y su hermano Theo se confinaban voluntariamente en casa junto con su amigo americano Matthew para hacer cochinadas, hablar de pelis y tontear con cambiar el mundo: la verdadera revolución de sus vidas estaba sucediendo sin mover un dedo más allá del balcón.

Por supuesto que La educación sentimental, al menos en la edición prologada y traducida por Miguel Salabert que ha llegado a mí, facilita con su lenguaje claro y sus notas breves pero imprescindibles la comprensión de esos años que rodearon a la revolución previa a la Segunda República en Francia.

Quizás fuera eso lo que quería Gustave Flaubert, sin más complicación.

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