DIBUJOS. Sylvia Plath

DIBUJOS. Sylvia Plath. Trad. Guillermo López Gallego. Madrid: Nórdica, 2014

«Dibuja lo que veas, no lo que sabes»

Un profesor de dibujo me dijo una vez que lo mejor que podía hacer para mejorar en mis dibujos era copiar, copiar líneas tal cual las percibo sin pensar en que se trate de un pie, un caballo, una playa o una mesa de comedor. Copiar y abstraerse, ahí está la clave.

Ayer estuve en la exposición dedicada a Olga Khokhlova (Caixa Forum, Madrid, del 19 de junio al 22 de septiembre de 2019) y, de no haber sido por el frío y mi miedo a volver a ponerme enferma en el mes de julio, me habría dado un par de vueltas más por sus salas. Es grande y es sorprendente.

La primera esposa de Picasso era bailarina en la compañía de Diaghilev y en la instalación hay material de sobra para curiosear sobre su vida bohemia de artista siempre de viaje; está su baúl y todo lo que contenía: sus fotos, cartas manuscritas, recortes, postales… y sobre todo están las obras de su esposo. Pablo dibujaba, le dibujaba y la dibujaba; fotografías que luego son hermosos lienzos, dibujos trazados a plumilla, bocetos e increíbles ilustraciones a lápiz.

El trazo continuo de Picasso es puro dominio de la técnica. Mirar los dibujos que tomaba de su esposa mientras ella leia, cosia, descansaba en un sofá o amamantaba a su hijo apabullan: tris tras y queda reflejada la habitación. Grafito sobre papel y ni una maldita corrección, nada.

La exposición explica de forma amena y sencilla las fases de aquel matrimonio hasta su disolución. Lo vemos en los temas, también en los trazos y en el estilo siempre cambiante y apabullante del artista.

Hoy leo una preciosa edición con prólogo Frieda Hughes de algunas cartas y dibujos a tinta de Sylvia Plath y de nuevo: el asombro (booktrailer aquí).

Ni sus diarios ni sus autoficciones transmiten con tanta claridad la ansiedad de la autora y sus fantasmas de fracaso como con estas ilustraciones de su espacio cotidiano atiborradas de detalle puntillista y sombreado (en uno de los textos dirigidos a su madre se jacta de haber logrado mejorar especialmente en su técnica, cargando las sombras, precisamente). Sylvia dibujaba para poder concentrarse en algo; se alejaba y dejaba de pensar en sus miedos, como que la comisión de su beca Fullbright descubriera su matrimonio con Ted Hughes, por ejemplo. Ella se sentaba y estampaba la imagen de una vaca del camino, de casas, de barcos, de estufas… borrones perfectos delineados con el grosor de un plumín. Negro muy negro sobre blanco.

Uno de los dibujos es de su esposo. Es perfecto: de perfil, su cara está cruzada por líneas y puntos que devuelven una expresión ausente y con la mirada lejos de quien le retrata (¿leyendo, pensando?). Sylvia quería publicar estos trabajos, así lo explicaba en sus cartas; algunos se los compraron y pidió a su madre que se hiciera con todas las copias posibles.

Si los viéramos sin saber lo que sabemos de ella, sin duda éste sería un libro completamente distinto.

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