La campana de cristal (The Bell Jar). Sylvia Plath; trad. Elena Rius; Madrid; Espasa; 1995.
Sylvia se quiere suicidar
Esther Greenwood persigue la forma de llegar a entender su existencia, repudiando a los demás, tan distintos a ella, tan faltos de interés por aquellos asuntos que a ella le interesan en la vida y en la muerte, esta última sobre todo.
Para la protagonista de esta novela, de un modo semejante a como les sucede a aquellos que sufren trastornos mentales de tipo depresivo, la vida resulta desesperante, incomprensible y asfixiante. El personaje, justifica sus emociones (porque para estas personas, el sufrimiento propio es perfecta y absolutamente justificable, rebasando toda lógica posible) y se sirve de descripciones un tanto irreales, bastante maniqueas y no poco subjetivas de las personas con las que se ve obligada a cohabitar en el espacio de un hotel para señoritas en Nueva York, una residencia de estudiantes y diversos sanatorios psiquiátricos de los Estados Unidos de la década de los cincuenta: todos ellos seres ajenos al espacio ausente en donde ella respira, el cual no deja en ningún momento de estar «protegido» bajo esa frágil cúpula de cristal que da título a la novela.
Esther no comprende y se quire suicidar; no sabe por qué hay que hacer las cosas que hace la gente que es «normal» y su extrema sensibilidad la arrastra hacia la autodestrucción.
Concluir sencillamente que esa historia es la persecución de un suicidio truncado y boicoteado una y otra vez no sería honesto del todo; limitarse a señalar que Esther Greenwood es el alter ego de Sylvia Plath sería demasiado sencillo -la autora se suicidó a los pocos días de haberse publicado este texto, en 1963- porque hay mucho más contenido en el fondo y en la forma de sus palabras.
El lector percibe que los comentarios en los que se apoya la narradora necesitan un símil, un símbolo o una metáfora para existir, porque todos son un reflejo de las dos realidades que se desbordan hacia uno y otro lado de esa campana de cristal que cubre a la protagonista, en todo momento. Ella vive en una, pero siente que forma parte de las dos y las manifiesta como paralelas, parecidas, pero bien distintas.
Existen varias historias que trasladan a la pantalla de cine la vida, las relaciones personales y familiares, los deterioros psicológicos y la tarea profesional como poetisa de la joven Sylvia Plath, pero me animo a recomendar la protagonizada por Gwyneth Paltrow y Daniel Craig ( Sylvia, Christine Jeffs, 2003) centrada en su conflictivo matrimonio con el también poeta Ted Hughes, realmente interesante y cuidadosa con el retrato que propone de su heroína suicida, sin caer en sentimentalismos ni obviedades y con esforzado trabajo interpretativo por parte de sus protagonistas.
Difícil tarea la de contar lo que un maníaco está pensando, cuando no piensa más que en sí mismo y en lo mucho que insiste en sufrir un día tras otro, aliviándose y fantaseando con su desaparición del despreciable mundo de los vivos. Sylvia parece que lo logró, aunque para ello tuviera que hablar de Esther.