Varda by Agnès. Agnès Varda, 2019
El cine de la vida
La noticia del fallecimiento de Agnès Varda (Bélgica, 1928 – París, 2019) me sorprendió desayunando en un café de Londres, en Charing Cross. Atacaba un plato de alubias con huevos a la plancha, bacon, ensalada de tomate y pan tostado con el hambre habitual de los viajeros cuando, de pronto, se iluminó la pantalla de mi teléfono y un mensaje de mi amiga A. me anunció que «Agnès» había muerto.
Agnès, la llamaba con confianza, como si la hubiera llegado a conocer alguna vez (¡ojalá!), Agnès, que en realidad se llamaba Arlette y que me había hecho pasar tantas horas de emoción ante la pantalla. Me dio mucha pena.
Recordé su última obra y corrí a escribir varios mensajes: «ha muerto Agnès Varda, pobre, cuántas películas suyas me quedan por ver, a ver si hacen un ciclo o algo, a ver si una retrospectiva… qué pena».
En Varda by Agnès ella misma y en encuentros con alumnos y público en general, repasa todos (o casi todos) los trabajos de su carrera y no sólo en cine, también en fotografía y en artes visuales. Una vez más, verla, oírla y conocer sus historias me ha emocionado: Agnès tiene ese poder, la capacidad de conmover cuando retrata la vida y la cuenta como una ficción sin perder el sentido del humor. Reaccionamos y nuestras emociones se convierten en parte de la emoción de su cine. Mi desayuno en Londres, por ejemplo, podía haber sido una secuencia, una parte de una historia suya y además, me pillaba lejos de mi entorno cotidiano lo cual lo volvía mucho más cinematográfico: huevos y té en Londres, que no un café y muesli en el sofá de mi casa (dónde va a parar) y aunque me puso triste es cierto que estaba de viaje en una de las ciudades que más me gustan del mundo, que tenía aun muchos museos que visitar y que no soy el personaje de una película.
En Varda by Agnès la directora nos habla y les habla a los que asisten a esas charlas; a veces la vemos a ella, a veces vemos fragmentos de sus obras y a veces, lo que vemos son los rostros de su público, caras que sonríen ante las tiernas ocurrencias de esta mujer tan sabia, tan prolífica, que no paró de imaginar y crear durante sesenta años de carrera, que enlazaba una anécdota de una película con el germen del siguiente proyecto y que se permitía sorprenderse por todo y admirarse ante lo que sólo algunos ven para grabarlo y mostrárselo en sus documentales a todos los demás.
Terminar todo en una playa, de repente y disfrazarse de patata: el cine de Agnès.
Una preciosidad de peli. Leí que iba a ser su última película antes de que «efectivamente» su fallecimiento hiciera que fuera la última, así que tiene un cierto toque de último encuentro y despedida. También a mí me hizo desear un ciclito con el que completar lo que me falta de su filmografía.
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Habrá ciclos, seguro… Gracias por tu comentario ¡saludos!
María.
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