Monstruas y centauras

Monstruas y centauras. Nuevos lenguajes del feminismo. Marta Sanz. Barcelona: Anagrama, 2018

Mamá

Estoy en casa de mis padres, la casa en la que viví desde los once hasta los veintiún años y a la que vuelvo de vez en cuando. Estoy sentada frente al ordenador como casi siempre y mi madre se acerca, me tiende un libro violeta del tamaño de una agenda de bolsillo y me dice «lee», lo abre y me señala un par de páginas subrayadas, me aclara «desde aquí hasta aquí». Yo le hago caso. Es mi madre: le hago caso. Leo:

La mujer exhibe los símbolos de su sensualidad y de su sexualidad ─su desnudo, su belleza natural o sus afeites─ y, desde esa majestuosa posición de icono pop, reclama respeto

El texto entero es más largo, dice más cosas y hace reflexionar en algún detalle más pero sirva para ilustrar de dónde me ha venido la curiosidad por leer Monstruas y centauras. Mi madre, que es una monstrua.

Creo que siendo mujer no se puede, no se debe en ningún caso no ser feminista.

Habla Marta Sanz (Madrid, 1967) de las dudas que le vienen a la cabeza cual nubarrones cuando sale a la calle a manifestarse un 8 de marzo como el 8 de marzo de 2018, que no fue un 8 de marzo cualquiera. Ella, escritora con reconocimiento y popularidad suficiente como para escribir una opinión y que suscite una reacción con algo de ruido, expresa sus reflexiones y contrasta puntos de vista de otras y de otros que previamente han escrito y manifestado sus correspondientes ideas sobre feminismo en medios nacionales e internacionales. Da gusto leer sus razonamientos porque es clara y es convincente pero se moja poco. Creo que con esto, con todo lo que conlleva el melón del feminismo a las alturas que estamos de la peli del siglo XXI hay que mojarse más: hay que morder y hay que hacer sangre.

Marta Sanz plantea una idea y cuando está a punto de cerrarla y que el lector le regale un «chapeau!»  va y recula, hace un moon walk y con una educación digna de Leonor Watling[1] se disculpa y se retira.

Así no es que no hagamos nada, que hacemos bastante, es que no hacemos suficiente y la verdad, creo que habría que hacer muchísimo.

En Monstruas y centauras Marta Sanz cita en varias ocasiones a Virgine Despentes o más bien: la cita y la opina. Lo mismo hace con Mary Beard, con Caitlin Moran y con Chimamanda Ngozi Adichie lo cual está muy bien porque es un ensayo que se explaya sobre los «nuevos lenguajes del feminismo» y todas ellas son mujeres que han escrito sobre la cuestión con un prestigio de escritoras feministas que las avala. Sin embargo lo que a mí más me gusta de Monstruas y centauras es que también cita y opina lo que han dicho otros y otras que no tienen ese respaldo porque se dedican a otras cosas: estos señores y señoras (obvio que los que ella menciona son más o menos populares) han opinado y se han expresado. Con ellos y con ellas yo me identifico, con las Chimamandas, las Marys y las Caitlins, aprendo.

Sin embargo, me temo que a estas alturas de la peli del siglo XXI es casi más importante identificarse que aprender y en eso Sanz abunda poco.

Plantea tímidamente, por poner un ejemplo, los peligros de la identificación irreflexiva, acrítica, contagiosa y de propagación en masa que fomentan las redes sociales con temas tan complejos y delicados como el #metoo pero luego, ya digo, recula. Así no vale.

Es importante, muy importante explorarse como Marta Sanz y buscar a ese hombrecillo diminuto que todas llevamos dentro para preguntarle que de dónde ha salido si queremos cambiar algo y, creo que está claro a estas alturas de la peli del siglo XXI, que queremos cambiar mucho.

Yo por ejemplo quiero cambiar todas las veces en que he tenido que explicar la diferencia entre tener una vecina que se pasea en pelota viva junto a la ventana si eres un hombre y que pase lo mismo con un vecino si eres mujer porque no es lo mismo, porque no nos sentimos igual en ningún caso; quiero también cambiar esa vez hace dieciséis años en la que una amiga me dijo que no entendía a las feministas, que a sus veinte años ella no se había sentido nunca en desigualdad de condiciones, que ya estaba todo superado; quiero, por supuesto, cambiar esa otra vez en la que una desconocida en una fiesta me dijo que sentía lástima por los hombres hoy en día (a estas alturas de la peli del siglo XXI, se entiende) ya que están intimidados y no pueden expresarse por nuestra culpa, porque las mujeres les hemos robado la palabra con nuestro empoderamiento.

Y quiero cambiarlas porque tengo miedo, mamá, pero gracias por recomendarme lecturas.

[1]Es que la he atendido varias veces en la librería en la que trabajo y es exquisita ella.

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