La azotea. Fernanda Trías. Madrid: Tránsito, 2018
El empapelado
Antes, hace años, cuando los fines de semana veía un par de capítulos de Breaking Bad junto a mi persona favorita de entonces me gustaba fijarme en el valor cromático de aquella serie. Una serie de colores. Colores que eran emociones y emociones que iban ligadas a personajes que eran soporte y estructura del relato en su conjunto: el verde, el rojo, el azul… y el amarillo, como en el parchís.
Un poco más atrás todavía, cuando escribía trabajos en calidad de hacendosa estudiante de filología me interesaba por las connotaciones simbólicas de muchas cosas pero, en especial, de lo que tenía que ver con la locura femenina, oh, sí.
Ahora me dedico a otros asuntos pero, a ratos, leo lo que leen todos y todas (o al menos, muchas y muchos) y tenía pendiente la novela germinal del amanecer editorial de Tránsito.
La azotea es una novela corta con un largo recorrido. Se publicó por primera vez en 2001 y llega a España a estas alturas con un discreto encanto de esos que hacen sospechar. Por mi parte he despejado lo mío y vengo a decir que me ha gustado.
Fernanda Trías (Montevideo, 1976) rasca en la postilla de los miedos del lector hasta que abre la herida, escuece y duele. Pinta a tres personajes principales y un pájaro, los encierra en un apartamento y allí los tiene hasta que se pudren física, mental y emocionalmente. Quién cuenta lo que sucede, por qué entiende su realidad de esa manera, motivos que han llevado a esas personas a mantener esa existencia claustrofóbica y desasosegante son incógnitas que a mí me llevan a otra novela comentada por aquí no hace mucho y que se desvelan a medida que se lee esta historia puñetera y maldita (que puede amargar una tarde, advierto) que se edite con la cubierta de color amarillo, imagino, es algo que está íntimamente relacionado con todo lo anterior.
Que todo viene siempre de un lugar que está ubicado antes, mucho antes en el tiempo.
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