Con los ojos bien abiertos

Con los ojos bien abiertos. Ensayos sobre arte (Keeping an Eye Open) Julian Barnes, trad. Cecilia Ceriani, Barcelona: Anagrama, 2018

Aprender a desaprender cómo se miran las cosas

Tiene Julian Barnes (Leicester, Inglaterra, 1946) una manera de explicarnos que nos estamos equivocando a la hora de observar el arte que no tenía John Berger (Hackney, Londres, Inglaterra, 1926-París, Francia, 2017) a quien sin embargo cita bastante. Lo digo yo, que llevo releyendo a Berger desde que me caí del pupitre de la Universidad y no lo comento como algo malo, más bien al contrario: es algo que admiro.

Con los ojos bien abiertos es uno de estos ensayos que una se pone a leer sin pensar en que se trata de un ensayo (o de unos cuantos); en él se proponen ejemplos que en apariencia son aleatorios pero que en realidad distan mucho de semejante consideración: todos están medidos y se dosifican al ritmo exacto en que el lector debe enfrentarse a ellos. Por eso comienza con el naufragio y tragedia de la Medusa reproducida por Géricault y termina con la guerra silenciosa entre literatura y pintura explicada a través de Howard Hodgkin. Porque así debe ser.

En el prólogo a este libro Barnes explica cómo el afán por comprender el arte le llegó a él de rebote sin una intención clara y explícita por parte de sus padres ni de nadie a su alrededor durante su infancia: aclara que él comenzó a interesarse por el arte en cuanto percibió lo extraño, lo raro, lo diferente que la experiencia artística puede ser para unos observadores y para otros y sólo por eso este libro merece la pena ser leído.

Enlaza a un artista con otro y al siguiente de nuevo, de pasada, con el primero; con cada uno se detiene en una obra, sus mil detalles y la relevancia (o no) del episodio biográfico correspondiente a los creadores, para que seamos quienes lo leemos aquellos que pensemos y saquemos las conclusiones, busquemos en google el cuadrito en cuestión y fantaseemos con la próxima visita a un museo provistos de lápiz y papel.

Si detrás de las frases y las digresiones de Berger hay siempre una necesaria actitud adoctrinante sobre el lector, una intención de «obligarlo a hacer sus deberes» y detenerse ante un cuadro para replantearse lo mal que lo ha hecho hasta ese momento observando unos aspectos y no otros de lo que creía que éste representaba, en los párrafos de Barnes hay casi cachondeo: un cachondeo intelectual, pero pura coña marinera, vaya.

Barnes se ríe de los rumores sobre la orientación sexual de Degas, la adhesión a la masonería de Courbet o el afán por retratar a famosos de Fatin-Latour y el libro nos devuelve en ilustraciones algunos fragmentos de algunos de los cuadros mencionados y también de otros. Si de las alucinaciones de Odilon Redon han bebido los Monty Python o no es una cuestión que él sólo nos apunta, no lo asevera pero eh: que a nadie se le ocurra bromear con que el cíclope de su cuadro se parece a un besugo, eso sí que no.

Al parecer hay otros muchos modos de ver. Menos mal.

 

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