Atardecer (Sunset). László Nemes, 2018
Irisz en la Europa de las maravillas
Cuentan que el personaje creado por Lewis Carroll para su novela de Alicia se inspiraba en la naturaleza real de los fabricantes de sombreros, unos pobres desgraciados que, sin saberlo, enfermaban por utilizar mercurio y plomo en el tratamiento de las piezas con las que trabajaban sus complementos, día tras día. El hidrargirismo les provocaba un comportamiento excéntrico que se confundía fácilmente con la locura.
El «mad- hatter». El sombrerero loco.
La protagonista de la última película del director de El hijo de Saúl resulta que diseña y fabrica sombreros, que viene de una prestigiosa familia de diseñadores, fabricantes y vendedores de sombreros de Budapest y las cosas no le van muy bien.
Atardecer se ambienta en el Budapest previo al desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial, una ciudad, se dice en el texto con el que arranca la cinta, «hermana de Viena»; entre ambas se establece una suerte de envidia ya que las dos, de forma desigual, controlan Europa desde lo alto de un imperio que ya comienza a desmoronarse.
Si Irisz pide que la contraten en el que fue el negocio de su familia y que ahora lleva otra persona manteniendo el apellido original, no es por desesperación; ella deja su trabajo en Trieste y viaja a Budapest por algo más; ella que es joven, hermosa, frágil y elegante, a quien las dependientas confunden con una clienta nada más inciarse la historia persigue los cimientos de su familia, quiere descubrir de dónde ha salido realmente, quien es y por qué se la envió lejos a un horfanato tras la muerte de sus padres.
Lo que el espectador va a descubrir a lo largo de Atardacer va a ser lo mismo que Irisz, con los mismos recursos que ya hizo el director en El hijo de Saúl, ese «cogotismo» de cámara que acompaña al personaje y sólo muestra lo que éste ve mientras lo ve, con sus acciones fuera de campo y sus desenfoques medidos con escuadra y cartabón. Como hacía Hitchcock, Kubrick y Polanski pero de un modo más extremo y sí: también más molesto.
Atardecer es agotadora. Cuenta explícitamente mucho menos de lo que espera que el espectador entienda y una sale del cine con la cabeza como un bombo, arrepentida por no tener a mano los apuntes de Historia de C.O.U..
Pero me gusta el reto y me esfuerzo; acepto la tensión a la que se me somete desde el primer acorde de la banda sonora (violines chirriantes que anticipan algo que va a explotarme en la cara) y con el rostro que no pierdo de vista en ningún momento, el de Juli Jakab, que es como una copa de cristal finísimo que alguien está haciendo vibrar, que se lanza de un lado a otro, se hace rodar por el suelo, se ralla, se ensucia, se golpea y que sé que va a terminar rompiéndose.
Porque entonces comenzó la Gran Guerra.
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