Feliz final. Isaac Rosa. Barcelona: Seix Barral, 2018
Olvídate de mí (si puedes)
How happy is the blameless vestal’s lot!
The world forgetting, by the world forgot.
Eternal sunshine of the spotless mind!
Each pray’r accepted, and each wish resign’d
Alexander Pope
Eloisa to Abelard
Ojalá el amor se pudiera contar, no con los dedos de una mano ni tampoco, siquiera con los de dos: ojalá se pudiera narrar, abarcar en palabras, contenerse en un relato y ser eso suficiente para transmitirse. No: el amor no se puede contar, ni tampoco se puede opinar ni trasladar más allá de aquellos que lo sienten entre sí.
Que uno ama y así lo siente quien es amado, no el que lo ve, no el que lo escucha sino aquél a quien se ama: ese es el único que lo sabe.
Con Feliz final Isaac Rosa (Sevilla, 1974) se propone saltar ese muro de inaccesibilidad al amor de los demás y cuenta cruel y naturalmente –como ya lo hiciera en otras ocasiones y sobre otros temas- en las palabras de él y en las palabras de ella todo aquello que nace, crece, se reproduce y muere (o se apaga, que diría Iván Ferriro) en una relación de pareja. En un estilo demoledor y desnudo porque prescinde de puntos de vista mediadores es él quien explica sus motivos y ella quien contesta con los suyos; él quien recuerda por qué todo y ella quien replica que por qué no, o por qué sí tal y como fue, exactamente como ellos lo vivieron.
Ellos, no nosotros, aunque todo se parezca demasiado a las historias de cada uno.
El conocerse, el ser infiel y abandonar una pareja para arrancar con otra, el encajar a un hijo en esa ecuación, el levantar otra ecuación nueva con nuevos hijos, nuevos proyectos familiares y que se vengan abajo. Feliz final opina porque ellos, esa pareja, opinan sobre la maternidad, el feminismo, el amor liberado y el pánico a comprometerse, sobre la ansiedad, el rechinar de mandíbulas durante la noche, la falta de esperanzas en nada ni en nadie nuevo y lo hace comenzando por el final y acabando, precipitada en un torbellino frenético e imparable, con el principio.
Aquellos que iban a envejecer juntos se explican.
Es el espectáculo del amor, ese que nos condena con su eterna representación, una vez tras otra aunque sepamos que no funciona, que vamos a estrellarnos.
O no.
O sí.
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