La señora Fletcher

La señora Fletcher. Tom Perrotta. Trad. Mauricio Bach. Barcelona:Libros del Asteroide, 2018

¿Sexo? Seguro

Dicen en algún espacio más o menos riguroso de internet que Tom Perrotta (Newark, New Jersey, 161) se formó como escritor leyendo a John Irving. Me lo creo. Diría lo mismo de Jonathan Franzen pero no quiero desviarme de la cuestión que me ocupa.

El autor de historias como la de Election (1998 y peli en 1999) y Little Children (2004 y peli en 2006) que desde el 2011 nos ha deleitado con el argumento de la serie The Leftovers escribe sobre temas muy similares a los de Irving y aquí, una que se declara enamorada pasada y caduca ya de esa literatura.

Abandoné a John Irving en 2006 con su novela sobre la búsqueda de un padre organista a través de los pasos marcados por una madre tatuadora en Hasta que te encuentre (Tusquets, Trad. Carlos Milla) y después de aquello ya no pude con las extravagancias sexuales de Personas como yo (Tusquets, Trad. Carlos Milla, 2013). La comencé en tres ocasiones y durante tres viajes pero nada, no he sido capaz.

Así que mi amor por Irving, mi pasión por sus historias siempre empastadas de personajes que estudian o enseñan Literatura Comparada y a los que se les da crédito en su titulación, adolescentes imberbes que se enrollan con mujeres maduras y personajes deficientes en algo físico o psíquico que les confiere un carisma particular respecto a los de su entorno digamos que se esfumó más o menos cuando abandoné la vida universitaria.

Eso me da que pensar.

La señora Fletcher juega con las cartas de la temática «irvingniana» y se desmarca con la vía fácil; ésta es: la sexual.

Todo parece que termine de encajar o solucionarse si estaba averiado gracias al roce guarrete de los cuerpos en esta historia y no es mala cosa; resulta creíble y coherente porque están todos fatal de lo suyo.

Se trata de una época extraña: tiempos nuevos de aplicaciones para ligar y apertura mental a veces inasible; pornografía al alcance de un clic y consciencia contradictoria del problema del género.

Todo muy cierto. Todo muy comprobable.

Además, La señora Fletcher resulta muy entretenida porque construye unos conflictos de personaje de andar por casa y a los que querer dar consejo sobre sus cosas que son un encanto; pese a los saltos de punto de vista narrativo (a veces primera persona, a veces indirecto libre, a veces tercera omnisciente, de todo hay) una lee y se quiere llevar a casa a estas personas, con sus clases universitarias, sus cenas con vino sofisticado, su ámbito doméstico tan norteamericano pero sin embargo, tan reconocible porque vivimos en la época que vivimos y sus fiestas de adolescentes desfogados. Lo queremos aunque sólo sea por un rato.

Nos hace pasar el tiempo.

It’s a match!, vaya.

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