Las correcciones. Jonathan Franzen. Trad. Ramón Buenaventura. Barcelona: Salamandra, 2012
Los problemas crecen
Me gustó Libertad y lo que pasa cuando se disfruta una novela es que una se convence de que la siguiente que lea del mismo autor va a gustarle necesariamente. Eso no siempre sucede. Teniendo esto en cuenta, abriré un corchete simbólico para no recomendarles Pureza, que dejé a medio leer por cualesquiera fuesen los motivos, y lo cerraré para hablarles de Las correcciones, que he terminado con gusto.
Calculo que han sido esos puntos en común con la primera, la de la familia de Minnesota, los que me han ayudado a congeniar con una trama que bien podría tacharse de repetitiva. Franzen se repite, no nos engañemos; los libros de Franzen se alimentan de familias revueltas y desmembradas, de juegos con puntos de vista de diferentes personajes sobre el mismo hecho, de conflictos de identidad sexual e ideológica, de conciencia ecológica y demás vituallas. Si en el caso de Libertad, se me ocurría comparar el proceso de lectura de aquella con un «sano» ejercicio de zapping ocasional frente al televisor (siempre y cuando hubiera canales que emitieran algo levemente interesante) con Las correcciones me parece todo igual de agitado y mezclado, pero con un esqueleto más consistente: su protagonista y su conflicto.
Enid es uno de esos personajes junto a los cuales el lector sabe pasarlo bien y mal. Desde el comienzo (tremendo escenario natural que dibuja el estado mental y emocional de sus personajes, bravo por el traductor y por Benjamín G. Rosado que hábilmente habló de él en alguna ocasión) vemos que debe corregir algo en esa vida que lleva; la cuestión es que sus hijos y sobre todo su marido, también tienen problemas. De eso va esta novela, de lo que sucede en todas las familias y no solo en las estadounidenses, por mucho que esta lo sea y todo esté claramente adscrito a esa identidad nacional.
Rectificar y corregir: cosas de sabios, dicen.
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