Franny y Zooey; J. D. Salinger. Trad. Maribel de Juan. Madrid, Alianza: 2017
Los chicos especiales
La primera vez que oí hablar de «Un día perfecto para el pez plátano» (J.D. Salinger, 1953) fue con motivo del estreno de Las vírgenes suicidas (Sofia Coppola, 1999). Alguien relacionó ambas historias, la de Salinger y la que adaptaba para el cine la novela de Jeffrey Eugenides, y yo corrí a zamparme las dos con la voracidad tan característica de quien no ha cumplido aun los veinte años.
Varios lustros después de aquello, de nuevo logran tentarme con las acideces de J.D. Salinger y leo Franny y Zooey, porque una no puede dejar de hacerlo si la dicha es buena.
La historia de los dos hermanos pequeños del protagonista de «Un día perfecto…» me dura una tarde. Cala en mis huesos la característica insistencia del autor en «enseñar sin adoctrinar» que viene siendo algo similar al «te pincho para que pienses, tú que eres listo y vas a saber a qué me refiero, lector» o en su caso, personaje. Que parece que Salinger escriba siempre de personas colgadas del teléfono y de los cigarrillos, chavales que escriben y que a pesar de la confusión de su vida escasa, encuentran solaz en un baño de espuma y un poco de silencio.
Chicos especiales, que alguno hay.
El rarete de Salinger consigue que una acabe la lectura con la sensación de conocer a estos dos hermanos, como de toda la vida. La mística de Franny y el lúcido de Zooey, una empeñada en desmarcarse de la masa de egos que avanza hacia ella en la sociedad desquiciada que le ha tocado vivir, a base de salmos y rezos que purguen su estómago vacío y otro entregado a la restauración de un orden familiar que nunca existió realmente, «enseñando» a pensar a su hermana y descartando los guiones que le ofrecen para que interprete, tan flacucho y con ojos tan azules.
La dicha era buena.
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