La chica de seda artificial

La chica de seda artificial. Irmgard Keun; trad. Rosa Pilar Blanco; Barcelona; Minúscula; 2004

Cosas que importan

Lo bonito de la frivolidad, a veces, es que uno puede disfrutar con ella sin sentirse culpable porque es efímera y pasa de largo como una corriente de aire. Uno se siente frívolo/a durante el tiempo que sigue a la actividad frívola en sí y nunca antes. Eso es muy curioso: el pecador ejerce con los ojos cerrados e inmediatamente después, los abre y se asombra con bochorno ante lo que acaba de hacer.

Más curioso todavía es lo que le sucede a la protagonista de esta breve novela de Irmgard Keun, que es perfectamente sensata y consciente en todo momento de su superficialidad, de sus deseos y su sed constante de caprichos materiales y que lo disfruta, aunque debemos ponerla en situación y disculparla. Eran otros tiempos:

«Una mujer nunca debería llevar prendas de seda artificial con un hombre, se arrugan enseguida ¿y qué aspecto tienes entonces, después de siete reales besos? Seda pura… y música».

Tal vez en 1932, cuando apareció editada esta novela, a nadie le llamaría la atención un discurso de este tipo, que no deja de proceder de una aburrida y caprichosa mente femenina. Poco más importaba entonces a una hembra.

Sin embargo, al tener noticia de que los libros de Irmgard Keun fueron secuestrados por los nazis en 1933 y que ella se vio forzada al exilio de Alemania dos años más tarde, la novela en su conjunto es cuando mejor encaja con su contexto:

«Cuando una mujer joven con dinero se casa con un hombre viejo por dinero y sólo por dinero, y hace el amor con él durante horas y tiene cara de mojigata, es una genuina madre alemana y una mujer decente. Cuando una mujer joven sin dinero se acuesta con un tipo sin dinero porque tiene la piel suave y le gusta, es una puta y una guarra».

Así son la vida y las circunstancias durante una guerra y una crisis económica, para alguien que está convencida de que llegará a ser una estrella de cine, sin importar lo que vaya haciendo por el camino que la conduzca al estrellato y disfrutando mientras tanto.

A Doris, la secretaria que narra esta historia, no le importa si pasa tantos días sin dinero para comer que al mirarse en el espejo ve a una «cabra hambrienta» y no se reconoce; ella es feliz con el abrigo de marta cibelina que ha robado y que la acompaña a todas partes.

Escribiendo un diario que da más pena que risa, aunque a ella le parezca divertidísimo, esta chica se dará cuenta de que hay cosas más importantes en la vida, que triunfar en el mundo del famoseo.

Así era la vida entonces:

«Él me cuenta cosas muy raras […] que el trabajo ya no te produce verdadera alegría por la cantidad de desempleados que hay […] En una situación como la actual, tan dura para todo el mundo, necesitas imperiosamente a la única persona para la que eres una alegría […] En una época de naufragios y podredumbre, las mujeres son las primeras en hundirse y el hombre se aferra a la ley y mantiene a flote a la mujer. Y cuando toda ley humana se desmorone, el hombre carecerá de sostén[…]
Me limité a decir:
-Sí, hoy en día abundan las putas pero no sé si son más que antes ni qué relación guardan con los tiempos que corren».

Tal vez sea indignante, también hoy en día.

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