La casa de cristal. Simon Mawer; trad. Catalina Martínez Muñoz; Barcelona; Tusquets; 2011
Hormigón armado
Empiezo a acostumbrarme a que los libros que a mi me gustan sean libros que la mayoría de los lectores ningunea, mientras que aquellos que están mejor considerados, sintiéndolo en lo más hondo, a mí casi siempre me aburren.
La casa de cristal (finalista del Man Booker Prize 2009) al parecer es una «genial saga familiar» de «estilo clásico» y «emotividad contenida», trazada con la «precisión de un cirujano» en cuanto a descripciones y desarrollo de personajes, que trata la Historia y la ficción y las mezcla con «maestría». Eso han dicho las voces de la red, generosos comentarios y reseñas sembrados a la vuelta de cada esquina virtual de este mundo inmediato que es el planeta internet.
Yo he pasado tres semanas arrastrando este libro, como quien tiene las piernas cansadas y no encuentra asiento o aquél que no avanza en sus pesadillas, porque va tirando de algo que le pesa mucho. Así he vivido yo en estos días y todo por empeñarme en leer una de esas novelas escogidas al azar durante mis paseos por la biblioteca, que me está bien empleado, supongo.
Simon Mawer (Inglaterra, 1948) que estoy segura de que ha conocido mejores momentos como narrador, explica con el ritmo de una hormiga obrera en plena jornada laboral, cómo una vivienda unifamiliar es testigo de algunos de los cambios políticos más trascendentales en la Historia de Europa del Este, desde su construcción en 1929 hasta el día de hoy.
La casa en cuestión no es otra que la Villa Tugendhat de Mies van der Rohe, aunque en el libro su nombre sea Landauer, Villa Landauer. La gran protagonista de La casa de cristal es ejemplo de esa funcionalidad y pureza que tanto atraen a ciertos arquitectos de hoy y que fascinaron a los pioneros de entonces. En «la labor de esculpir y dar forma al espacio» dicen que debe consistir la arquitectura, al menos en el siglo XXI, que todo lo demás es adorno y que sobra. La casa Landauer del libro parece ajustarse al manifiesto, por su amplitud tanto en el espacio interior que contiene como en el paisaje en donde se ubica, al que se abre gracias a la transparencia de sus muros: paredes de cristal que «vuelan» sobre el valle y permiten contemplar el ruido de la ciudad sólo desde lejos.
Una vivienda moderna que sin embargo, asiste impotente a la ceremonia de barbarie y fracaso, decadencia, miseria y triste recuperación de la cual es víctima Checoslovaquia durante el siglo XX.
Como siempre, la tragedia judía y la tiranía nazi, huídas y persecuciones, exilios y añoranzas. La Villa Landauer se recicla en su propia funcionalidad y el resto de personajes de carne y hueso que ocupan las páginas de la novela habitarán en ella de acuerdo con las demandas que cada época le imponga. No hay sitio para la originalidad y todo, absolutamente todo lo que se cuenta huele a «ropa vieja».
El refrito de situaciones vividas por los protagonistas me ha interesado bien poco. La «Belle Époque» y el holocausto judío, la infidelidad matrimonial y el deseo homosexual, la nostalgia del pasado, su búsqueda y recuperación en el presente, la amistad, el amor, la familia, la vida, la muerte y la casa de cristal.
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