Rebeca. Daphne du Maurier; 1938; trad. Fernando Calleja; Barcelona; Random House Mondadori; 2010
Oda al pensamiento
«Miss Giddens, may I ask you one personal question? Do you have any imagination?
[The Innocents; Jack Clayton; 1961]
Ya siento ser tan pesada, pero esta vez también comenzaré diciendo que en futuras entradas comentaré la película que encabeza estas líneas. Lo cierto es que poco tiempo encuentro para ir añadiendo posts a este espacio y cada vez me parecen menos elaborados, pero así es como una se administra. Perdónenme la escasez.
The Innocents merece que le dedique mis buenas horas ante la pantalla para exprimir bien todo lo que me gustaría comunicar sobre ella, así que habrá que esperar. De momento escojo esa frase que es inicio del diálogo con el que por cierto, también arranca la trama de la historia. Lo escojo porque es la base sobre la que se levanta no sólo ésa sino otras tantas (muchísimas) historias contadas por mentes imaginativas, cómo no, femeninas, a lo largo de la historia del cine y de la literatura.
Siempre ha sido tradición divagar en torno a las ocurrencias y enajenaciones de la mujer, que cuando se pone a protagonizar un relato pasa a ser cuestionada de inmediato. El cerebro femenino es imaginativo por naturaleza y atiende a los exaltados y caóticos impulsos anímicos que inevitablemente le envía el corazón.
O eso cuenta la literatura universal hasta la fecha.
Vengamos al caso de ese novelón inmortal titulado Rebeca, comprobemos que las cosas pueden ser de otra manera y que únicamente importa el modo en que son contadas.
Quien no haya leído el libro, conocerá seguro la película no menos imponente de Alfred Hitchcock pero ojo: son asuntos diferentes y aquí, ahora, nos interesaremos por la novela. Un texto sobrado de contenido para mostrar lo bien que funciona ese ambiguo punto de vista narrativo que es la primera persona. Ver para creer.
Y leer para entender.
Rebeca cuenta la historia de una muchacha huérfana que trabaja como acompañante de una anciana y que por azar, por suerte o por pura fantasía acaba casada con el dueño de la mansión Manderley, a quien persigue una alargada sombra de misterio tras la muerte de su esposa el año anterior y en circunstancias extrañas.
La imaginación arrolladora de la protagonista arrasa con todo y desarrolla situaciones, conversaciones, conflictos que tal vez no sucedan jamás; al lector al menos, se le hace complicadísimo acostumbrarse a diferenciarlo de lo que sí tiene lugar. Separar lo real de lo figurado a lo largo de toda una novela que se cuenta en primera persona tiene su dificultad, requiere esfuerzo y también un poco de perspectiva.
Esa misma perspectiva que sin duda les falta a la «nueva Señora de Winter» (qué gran acierto el de no dar nombres a los personajes principales… qué gran acierto) y a la Miss Giddens del cuento cinematográfico de Clayton.
Sacando a colación otro ejemplo de talla «XL», podemos añadir que Wuthering Heights (es que suena mucho mucho mejor que en castellano, Cumbres borrascosas, no me llamen pedante) se utiliza con los estudiantes de narratología para explicar cómo se emplea esa primera persona de la narración en sus vertientes «digna de confianza» o «no digna de confianza».
El texto de Emily Brontë aporta además un abanico bien surtido de personajes que participan de la narración directa o indirectamente, que se asumen como «actantes» dentro de la misma o que sólo son mencionados en ella sin intervenir… diégesis pura que igualmente, se utiliza a la perfección en Rebeca.
La película que en 1940 le valiera a Hitchcock para estrenarse en Hollywood se pasa por el forro ese juego de ambigüedades que tan interesante vuelve a la novela, aunque es capaz por sí sola de seducir a cualquier espectador. Por eso insisto tanto en el hecho de no mezclarlas, porque no son la misma cosa.
En el texto, la chica cuenta la historia que es de hecho su historia, con todo el adorno y todo el decorado que una mentalidad casi adolescente y reprimida es capaz de elaborar. Hasta los fragmentos que reproducen en estilo directo cada diálogo de personajes, son eso mismo: reproducciones de conversaciones que han tenido lugar en un momento dado, o que tal vez no se hayan pronunciado nunca o no al menos de ese modo.
Además de eso, hay por supuesto una subtrama con crímenes y secretos inconfesables, morbo y escándalo del que ni entonces ni ahora se escapa nadie de disfrutar descubriendo.
Para otro día, la de Clayton.
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