Delante de mi casa parisina había un café donde siempre se agolpaba una larguísima fila de personas, todas con una misma debilidad: observar y acariciar gatitos.
El establecimiento se llamaba «Le café des Chats» y tenía un horario mas o menos ininterrumpido de lunes a domingo. Allí se podían hacer desayunos tardíos, comidas, meriendas y cenas, se podía beber cerveza, té y café pero, sobre todo, se podía tener la increíble suerte de que uno de los trece felinos que vivían en el local se acercase y ronronease para ser acariciado por el visitante.
Izmir, con su pelaje esponjoso y perfectamente acondicionado saltó sobre mi regazo una tarde; Izmir se propuso enganchar sus garras a mi jersey de fibras sintéticas y un bajo porcentaje de lana y no dejarme completar un texto al que yo trataba de dar forma en mi ordenador portátil. Izmir lo logró. Yo me rendí.
Desde entonces, cada mañana antes de salir de casa para ir a la biblioteca me aseguraba de que Izmir estuviera también listo para emprender la jornada laboral y lo observaba con mis prismáticos desde la ventana de la cocina. A veces, Izmir saltaba al escaparate del café, antes de que éste abriera, para mirar a los perros y ponerlos nerviosos, o permanecía muy quieto junto a la puerta mientras el transportista descargaba la mercancía en la puerta del establecimiento.
Los otros doce gatos del Café des chats no eran tan comunicativos como Izmir, se limitaban a dejarse ver y punto, el resto del tiempo preferían comer, dormir, o intentar colarse en los aseos del café, algo que tenían terminantemente prohibido, algo que les fascinaba.
En el restaurante de enfrente vivía Justice.
Justice era de color negro y pelo muy cortito y brillante. A veces aparecía entre las mesas y a veces se esfumaba pero era raro que se dejase acariciar. Justice se escapaba por la ventana y regresaba cuando le apetecía.
Dice la Wikipedia que en la ciudad de Esmirna, en Turquía, hay un castillo con el nombre de Kadifekale y que significa «castillo de terciopelo», que desde allí se puede observar la ciudad, quizás con prismáticos.
Esmirna, por cierto, significa «Izmir».