Me dicen que «hasta aquí», que más allá del tercer burro en al fila central del establecimeinto no puedo seguir avanzando porque es «privado». He entrado allí después de un largo paseo por el barrio de Le Marais; llego maravillada por exquisiteces a las que no puedo acceder desde mi bolsillo y que he visto en sus escaparates; he entrado en la tienda porque rezaba «vintage» junto a la puerta y ya se sabe que lo que tiene más de veinte años, si se adjetiva así, es que es barato.
A veces.
⏤Hasta aquí, señorita. Disculpe.
Doy un par de pasos atrás y me disculpo. Una barrera tan invisible como el traje nuevo del emperador separa a los quince clientes que nos apretujamos en la tienda de ese cuarto burro misterioso del fondo. El vendedor guarda celosamente un grupo de pellizas, chaquetas de cuero y bolsos que, por el motivo «privado» que sea, él no quiere sacar a la venta y prefiere reservar. Nosotros miramos curiosos. Todo lo que se nos niega pasa a ser aquello que más nos interesa en cualquier circunstancia, en una tienda de ropa de invierno con olor a naftalina durante el mes de abril, también.
En realidad, me doy cuenta de que no quiero comprar nada que parezca sacado de un documental sobre Janis Joplin porque no es mi estilo pero ¿por qué no puedo acercarme?. Me intrigan las texturas, la rugosidad de esas pieles cedidas por el paso de los años, maltratadas y tratadas con grasa de caballo mal aplicada; necesito acariciar los forros descosidos y rebuscar en los bolsillos por si encuentro en ellos algún papelito grapado al interior que dé cuenta de un servicio de limpieza en seco olvidado, desperdiciado.
El hombre me mira amenazante y entiendo que es capaz de llamar a la policía si me atreviera a tocar aquello que es suyo, «su tesoro».
Regreso a las perchas de los chándals de Tactel y las camisetas con pelotillas, retrocedo hasta la salida, hacia la luz exterior y el aire fresco de la calle, me alejo de esa cueva de Ali-Babá que reconozco que no me interesa pero a la que sé que volveré otro día y quizás, si llego temprano por la mañana, ese día tal vez pueda acceder al cuarto burro sin que él me vea.
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