Cuentos de la Galicia antigua

Cuentos de la Galicia antigua. Emilia Pardo Bazán. Madrid: Bercimuel, 2001

Poderosa Emilia

Nos habían dicho que iba a ser el centro comercial «más grande»; dimensiones aplicadas a un supuesto estatus de calidad, de importancia. «Enorme», decían. Iban a venir visitantes de los alrededores y en la ciudad no tendría rival.

Incrustado en mitad de un polígono industrial y escoltado por maleza peñasco rudo, aquel conglomerado de marcas, ocio y restauración me acogió como empleada en una librería de sus instalaciones durante un tiempo, unos meses más allá del año y vino a llamarse Marineda.

Emilia Pardo Bazán (La Coruña, 1851 – Madrid, 1921) se inventó ella sola aquel nombre para designar a su ciudad de nacimiento ─que es la misma que la mía─ en un ejercicio similar al que hizo Clarín con la Vetusta que es Oviedo en su Regenta. Ignorante de mí, yo que no había leído nada de la autora hasta este mismito fin de semana me echo las manos a la cabeza ante la revelación (¿terrible?) de que fui librera en Marineda y hasta hoy no había comprendido la «grandeza» de la cuestión.

Escojo estos Cuentos de la Galicia antigua para iniciarme con Emilia porque ahora mismo  sus temas me sirven también para mis cosas, mis proyectos. Sus frases me dejan perpleja: sólo quien sabe muy bien cómo expresarse para que le lean puede manejar así la lengua, como para enroscarse entre el sujeto y el predicado y arrancarle a una la sonrisa cuando llega al punto y aparte. Enorme Emilia.

La antología recoge veintitrés relatos (en total, la señora completó unos seiscientos cuentos y novelas cortas en su vida) algunos tratan la infidelidad, la avaricia, los celos arrebatados o la enemistad entre aldeanos mientras ella, en el prólogo al primero de sus volúmenes publicados (La dama joven, 1885) insiste:

«Aun a costa de exponerme a que censores muy formales me imputen el estilo de mis héroes, insistí en no pulirlo ni arreglarlo, y el dejar a señoritos y curas de aldea, a mujeres de pueblo y amas de cría, que se produzcan como saben y pueden, cometiendo las faltas del lenguaje, barbarismos y provincialismos que gusten».

Puede decir lo que le plazca que la creemos. Imaginarla en sus tiempos entregada a la tarea de pisar con garbo de aristócrata culta para hacerse notar, escuchar y leer entre los hombres es una fantasía magnífica.

Y si no, siempre estará el centro comercial gallego, bien grande y bien hermoso, orgulloso de su nombre.

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