La Cartuja de Parma. Stendhal, trad. Consuelo Berges. Madrid: Alianza, 2008
Rigor y excelencia exprés
Si a estas alturas de mi vida hubiera tenido ocasión de que me presentaran a Henri-Marie Beyle (sí, Stendhal se cambió el nombre para despistar) no le hubiera preguntado que cómo hizo para escribir su novelón en menos de tres meses porque espero y deseo que esas cosas sucedan de manera espontánea aunque sólo sea a unos pocos afortunados; yo más bien le hubiera preguntado si sus personajes le gustaban, si le caían bien, si estaba enamorado de Gina, la duquesa de Sanseverina, si odiaba al estúpido del Conde Mosca y si descargaba su rabia contra los muchachos venidos arriba que no tienen idea de la vida en la figura de Fabricio del Dongo: «Hey, Henri ¿te los crees o no?» eso le hubiera preguntado.
La Cartuja de Parma es mucha, muchísima tela que cortar; es un frenético viaje de conocimiento personal, superación de prejuicios, enfrentamientos arriba y abajo entre pasiones y naciones y acción sin control. Rápida y furiosa La Cartuja de Parma arranca con la juventud de un pelele y acaba (precipitada y atropelladamente) con el verdadero sentido del deseo amoroso, pasa por estudios sociales de italianos y franceses, retratos de mesoneras y soldados y recreaciones de batallas ¡qué digo! se mete hasta el cuello en LA batalla de Waterloo sin que el protagonista sea siquiera consciente (porque está borracho) de que está participando en ella.
Muy osado hay que ser, muy rufián del siglo XIX para describir, entre otras, a Clelia, una muchacha de trece años, por la belleza de su rostro y el atractivo que desprende su mirada; muy pieza para colocarla de nuevo en la trama cuando han pasado años los años pertinentes que la convierten en mujer y dedicarle un par de páginas a contrastar el tamaño de su linda cabecita con el ideal griego, según se aproxime en mayor o menor medida a la proporción perfecta para ser amada. Qué poca vergüenza, Henri-Marie, hoy te colgaban por eso.
Leo La Cartuja… entre viajes y metida hasta las orejas en la escritura de mi próximo libro así que sí, me sorprendo y admiro por las capacidades de Stendhal, por su gracejo natural para hacer fluir la corriente de su narración, por lo bien que conoce a todos los personajes de su trama por lo que quieren, lo que saben, lo que temen y lo que desconocen de sí mismos pero les atrae de los demás y me encanta lo muy en serio que se toma algo que, sin embargo, a priori parece no querer darle ninguna importancia porque se lo salta a la torera cuando le da la gana: la veracidad, el rigor histórico de los acontecimientos.
Ojalá poder quitarse ese hierro de encima y llenarlo todo de acción de esa manera y ya puestos, en menos de tres meses.
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