El funeral de Lolita

El funeral de Lolita. Luna Miguel. Barcelona: Lumen, 2018

Dolores

En estos días no debería leer nada que no esté directamente relacionado con lo que tengo que escribir y con el trabajo que tengo que hacer (empiece y termine una y otra cosa donde deba hacerse, que todavía no lo tengo claro) pero echaba de menos el blog.

El funeral de Lolita.

¿Cómo?

Sí: el funeral al que va una supuesta lolita.

Subrayemos eso de que los libros son más de los lectores que de los que los escriben y que cada uno haga de su lectura «una lectura», va a ser lo mejor; yo prefiero prescindir de «lolitas» y aceptar sólo a la Dolores Haze de Humbert, a esa pobre desgraciada adolescente ─con caprichos de adolescente y maldades de adolescente─ a quien un hombre traumatizado desde la niñez convierte en blanco de sus purgas y obsesiones.

Lolita, a pesar del espesor y la pedantería de su narrador, aspectos que no lo convierten en un texto «cómodo», precisamente, a pesar del francés que yo nunca he hablado y de las digresiones en las me he perdido las dos veces que lo he leído es un libro magnífico y del que se pueden aprender millones de cosas por cómo está contado: nadie escribe como Vladimir Nabokov. Nadie.

Para mí Lolita no es un icono, no es una joven sexualmente desarrollada pero con aspecto infantil que se enamora de un adulto ni tampoco una campaña de marketing. Lolita es una niña que como «nínfula deseable» sólo existe en la imaginación de ese narrador-viudo-de-raza-blanca que por ella se confiesa.

El funeral de Lolita se cuenta con voz de poeta (la autora lo es) con largas listas de preguntas que la protagonista se hace antes y después de emprender cualquier actividad, antes y después de recordar cualquier situación, con varias páginas de descripciones con mucho sabor, mucho color, mucha textura (carne cruda, vino, sexo, bollería azucarada, piel mordisqueada alrededor de las uñas…) se explica con diarios y se llena de diálogos de siglo XXI, de los que mencionan mensajes de texto al teléfono y aluden a redes sociales y desprecian la música de grupos viejunos como Depeche Mode, de esos.

Y todo este malentendido hace que me duela una lectura que, por otra parte, reconozco que me he ventilado en una tarde, muerta de curiosidad tras todo lo que había oído y leído que podía ser.

Seguiré a lo mío.

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