Yuli. Icíar Bollaín, 2018
Realidad coreografiada
Me sorprendo al leer en las páginas de cierto suplemento cultural, comentarios sobre este último trabajo de la cineasta Icíar Bollaín que se presenta en la sección oficial del Festival de Cine de San Sebastián en estos días, porque en ellas relacionan la trama de esta película con el conflicto entre realidad y ficción al parecer, tan fructífero en el ámbito literario y sin embargo hasta ahora, «inexplorado en las salas de cine».
No sé qué película vi yo hace unos meses gracias a la oportunidad de asistir a un pase especial al que me invitaron, creo que era Yuli y que trataba la vida del bailarín Carlos Acosta, narrada a través del guión de Paul Laverty que a su vez, adaptaba la autobiografía No Way Home de Acosta pero, desde luego que no me asaltaron dudas: era ficción.
Ahora resulta que debo repensar mis impresiones porque es un híbrido.
Le comentaba yo entonces a mi acompañante a la salida del cine, que sí, que me había emocionado esa historia porque a mí me ponen a Bob Esponja en mallas y tutú y es que lloro de forma automática. Me da igual. Sin embargo señalaba que me habían sobrado tópicos en el argumento: que las historias de superación personal con pobreza y desentendimiento familiar están muy vistas; que la inversión del cliché «Billy Elliot» suena bien pero implica que ya se imagine una desde el comienzo cómo va a terminar todo; que los bailes desesperados bajo la lluvia y los muchachos rebeldes a zancada viva por la ciudad ya los hemos visto demasiadas veces. Que no, vaya.
Pero como veo que debo darle una vuelta más a la tuerca de mis opiniones al enterarme de que la propia Icíar considera que su propuesta se hubiera tomado como «arriesgada» de haberse hecho hace diez años, no seguiré por ahí.
Yuli es un documental ficticio, una película de base biográfica, un recreación de los recuerdos de Carlos Acosta desde sus inicios como bailarín sin disciplina hasta su máxima apoteosis profesional en Compañías como el Ballet Nacional de Cuba, el American Ballet, el Royal Ballet, El English National Ballet o el Houston Ballet. Acosta vuelve la vista atrás con todos sus respetos hacia el máximo creyente en su virtuosismo, su padre y para él es la película.
Y lejos de volver al debate de si la trama es real o inventada (que poco importa si la dicha de la sensación final es buena) diré que mejor la narración que las coreografías en las que se recrea parte de la vida del artista, en especial, el conflicto con el padre. Mejor ese «cuento sobre por qué y cómo Yuli llega a bailar» que las piezas en las que se nos enseña, bailando, aquello que le sucede.
Y lo digo yo, que tengo una debilidad y no es precisamente Bob Esponja.
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