Todo está tranquilo arriba. Gerbrand Bakker. Trad. Julio Grande. Barcelona: Rayo Verde, 2012.
La soledad del narrador de fondo
«Cuando estaba aquí producía en la casa mucho desasosiego, pero ahora me doy cuenta de que es mucho peor el sosiego…»
Son palabras que llegan al lector de esta novela hacia desenlace de la misma, pronunciadas por alguien que no es protagonista y referidas a otro alguien que tampoco centra el contenido de la trama. Aun así, concentran el sentido general de la obra y se cosen en el pensamiento de todos los que hemos pasado por sus páginas como sólo pueden hacerlo las grandes y terribles historias que no se limitan a pespuntear la condición humana, sino que además, son capaces de rematarla.
Gerbrand Bakker, de quien gracias a esta segunda novela suya que conozco, reconozco sentirme admiradora fiel y leal, prometiendo serlo hasta el final de mis días, traza un relato limpio y discreto, sin estridencias ni bruscos cambios de sentido en su argumento y usando como narrador al alma más solitaria que jamás hayamos tenido ocasión de encontrar en un libro.
Como ya sucedía en Diez gansos blancos, de nuevo Bakker se sirve aquí de curiosos animales (en especial, de las más variopintas especies de aves cuyos nombres uno no puede dejar de aceptar como hermosos adornos en el ya de por sí hermoso conjunto de la narración) y coloca junto a ellos a los protagonistas de la acción.
Helmer piensa, recuerda y vive acontecimientos que como a todos los mortales de este mundo, le afectan y le cambian; conoce a personas, a algunos los pierde, a otros los recupera y siempre presente persiste la figura de su hermano gemelo Henk. Su mitad, su molde perdido: el hueco que da forma a la personalidad del protagonista, gracias precisamente a su vacío, a sus carencias y a sus ausencias.
De entre todos los presentes junto a Helmer en el día tras día de su vida como granjero en un pueblo de los Países Bajos, se siente inmóvil pero pesada como una losa, la existencia de su padre, que yace en una cama, en el piso de arriba, donde todo parece estar bastante tranquilo.
No sabremos más del pasado de este hombre que lo que él mismo quiera recordar, conforme vaya dejando transcurrir sus horas, en su granja, cerca de sus fotografías, siendo ocasionalmente visitado y pocas, muy pocas veces sintiéndose realmente acompañado.
Pese a las dificultades que uno encontrará con esta historia si se propone recomponer la estela vital de su protagonista, esas dudas se verán recompensadas una vez llegado al punto final, cuando se reconozca que «eso», todo eso que a uno le intriga desde la primera frase no era lo importante y que era mejor haberlo dejado atrás, como las cosas que más pesan en esta vida, por la cual es mejor viajar ligeros de equipaje y tal vez, en compañía.