Modos de ver. John Berger; trad. Justo G. Beramendi; Barcelona, Gustavo Gili; 2001
Maneras de mirar
La cuestión de si existe o no una forma objetiva de contemplar la realidad, se convierte en el punto de arranque para la obra de John Berger Modos de ver.
“Lo visible no es más que el conjunto de imágenes que el ojo crea al mirar”.
De acuerdo con esta afirmación ¿existirán tantos modos de ver como individuos haya en el Mundo? En la medida de que esto sea posible, si las perspectivas son tan amplias ¿acaso habremos llegado al punto de unificar nuestros criterios (tan personales y variables) y seamos capaces de clasificar bajo una visión colectiva a un determinado concepto como artístico?.
A raiz de este planteamiento, el autor ofrece una serie de opiniones alternativas acerca del proceso de observar, ver y mirar una imagen concreta. Afirma John Berger que la vista llega antes que las palabras y que el niño ve antes de hablar pero, el ojo humano sólo será capaz de procesar lo que vea cuando lo relacione con alguna referencia previa (las palabras). Un niño que no sabe hablar ¿a dónde remite esa nueva información que le llega por la vista?. Es obvio que un adulto se ha formado a lo largo de su vida toda una galería de información a la que asocia aquello que observa, para entenderlo, clasificarlo y juzgarlo, pero un niño no, por tanto: reconocerá lo que ve, para poder nombrarlo, a medida que lo vaya viendo.
“Lo que sabemos o lo que creemos afecta al modo en que vemos las cosas”.
Aquello que John Berger denomina lo que sabemos y lo que creemos no es más que la galería de información que hemos construido en base a nuestra educación y nuestras experiencias a lo largo de los años. La realidad, objetiva y común para todos, se modifica subjetivamente en la medida en que el hecho mismo de contemplarla es voluntario.
“Solamente vemos aquello que miramos y mirar es un acto voluntario”.
Conviene dejar claro que hablar de imágenes supone hablar de visiones extraídas de su contexto original para ser sometidas a una libre ubicación por parte de su manipulador. En tanto que separadas del instante en que aparecieron por primera vez ¿es posible que una misma imagen acepte visiones diferentes no sólo porque quien la ve está condicionado por su perspectiva personal, sino porque quien la manipula está a su vez sometiendo a su propio criterio al observador?.
Así pues, llegamos al campo de la manipulación visual por excelencia que es la publicidad:
“No se trata de que la reproducción no logre reflejar fielmente ciertos aspectos de una imagen; se trata de que la reproducción hace posible, e incluso inevitable, que una imagen sea utilizada para numerosos fines distintos y que la imagen reproducida, al contrario que la original, se presta a tales usos”.
¿En qué medida lo que vemos y entendemos está más condicionado por nuestros conocimientos que por la intención del manipulador/creador?.
Es posible que una imagen por sí sola, fragmentada, ampliada, reducida, etc sea motivo suficiente para sugerir al observador una idea diferente de la que el autor original quiso transmitir pero ¿qué ocurre cuando se le añade un texto a esa imagen? que se reducen las alternativas de interpretación y el espectador debe someterse inevitablemente a la interpretación que el manipulador halla querido conseguir de él. La mente creadora se subordina a la mente manipuladora.
Si bien la manipulación a la que el espectador es sometido mediante el lenguaje publicitario parece ser una falta de respeto hacia la figura del artista y creador, resulta indispensable reconocer su eficacia a la hora de integrar el arte en la sociedad:
“Por vez primera en la historia, las imágenes artísticas son efímeras, ubicuas, carentes de corporeidad, accesibles, sin valor, libres. Nos rodean del mismo modo que nos rodea el lenguaje. Han entrado en la corriente principal de la vida sobre la que no tienen ningún poder por sí mismas”.
¿Es esto algo negativo o positivo? Si concebimos el arte como algo inaccesible y merecedor de respeto, como en sus orígenes fue concebido, tendríamos que reconocer que habría muerto como tal, pues las reproducciones no son más que mecanismos que aprovechan ese arte para vender; así se consigue desmitificarlo: el respeto ya no existe. No obstante ¿no es más importante acercar el arte a la sociedad que mantenerlo alejado y distanciado en una atmósfera mágico-religiosa?.
Actualmente, la tarea de definir el arte resulta contradictoria, puede que como consecuencia de esa «pluralidad de perspectivas» a la que nos referíamos anteriormente; ¿qué criterio es el válido para elevar una obra a la categoría de artística? ¿existe un canon por el que debamos regirnos? John Berger define la autenticidad como aquello que, siendo una rareza, permanece envuelto en una atmósfera de religiosidad que es, en última instancia, falsa.
“Las obras de arte son presentadas y discutidas como si fueran sagradas reliquias, reliquias que son la primera y mejor prueba de su propia supervivencia. Se estudia el pasado que las engendró para demostrar su autenticidad. Se las declara «arte» siempre que pueda certificarse su árbol genealógico”.
Respecto al tema de la mujer como objeto de representación, el autor lleva a cabo interesantes reflexiones: ¿Por qué se han pintado mujeres a lo largo de la Historia? ¿Qué tipo de pre-conocimientos tiene el pintor que lo mueven a pintar el cuerpo femenino?
“Las mujeres son representadas de un modo completamente distinto a los hombres (…) porque siempre se supone que el espectador «ideal» es varón y la imagen de la mujer está destinada a adularlo”.
Si el espectador ideal referido es siempre un hombre ello se debe al machismo, ya no sólo presente en la sociedad (canon masculino-blanco-burgués) sino en el criterio estético del arte.
¿Cómo explicar esa represión de la capacidad de juicio de la mujer? Puede que se trate un problema que rebasa los límites de lo puramente estético, para encontrar sus orígenes en lo social: mientras que la presencia social de un hombre está condicionada por la promesa de poder que él encarne, la presencia social de una mujer expresa unicamente su propia actitud ante sí misma y define con ella aquello que se le puede o no hacer. Lo que el autor parece querer demostrar con su estudio, es que la mujer nace para ser observada; en su educación toma conciencia de ello y aprende a examinarse, por saber que será juzgada por su imagen. Como consecuencia:
“(…) su propio sentido de ser ella misma es suplantado por el sentido de ser apreciada como tal por otro”.
Teniendo en cuenta la contundencia de esta afirmación, resulta todavía más sorprendente la hipótesis sugerida por el autor en cuanto a una supuesta doble personalidad característica del sexo femenino. Con lo ya expuesto, el lector puede hacerse una idea de la gravedad de la situación: la mujer marginada y despreciada a lo largo de la Historia… pero John Berger va más allá del ámbito social y reconoce en la propia naturaleza psicológica de la mujer una curiosa tendencia a dividir su propio yo en dos partes: la examinante y la examinada:
“Así llega a considerar que la examinante y la examinada que hay en ella son dos elementos constituyentes, pero siempre distintos, de su identidad como mujer”.
Así llegamos pues al eterno tópico de la «conflictiva e intrincada» personalidad femenina, ¿es que sólo las mujeres se plantean conflictos en su yo interno? En mi opinión, es inevitable que esa tradición cultural masculina-blanca-burguesa juegue un papel importante en la conformación del cerebro humano, en favor de una postura de aprobación o transigencia ante ciertos valores que, en un análisis objetivo, son claramente machistas pero ¿en qué medida estos valores repercuten de forma distinta en hombres y mujeres? Mientras que el hombre encarna mediante su presencia una determinada promesa de poder, ante la sociedad que lo rodea, la mujer debe «sufrir en silencio» por saberse juzgada y tener que juzgarse; se «desdobla» interiormente para supervisarse como objeto de observación y, sobre todo: permanece pasiva.
Yo me inclino por la teoría de que todos estamos más o menos preocupados por nuestra proyección social; todos somos más o menos vergonzosos o cohibidos, pero no creo que sea la sexualidad de cada individuo el factor que más nos condicione. La tradición cultural imprime unos valores a la sociedad que podrán ser asimilados en mayor o menor medida por el individuo. El niño es sometido a una educación pero el adulto decide por sí mismo qué personalidad crearse. ¿Acaso los hombres están más capacitados para decidir que las mujeres? Creo que el autor del texto subestima la capacidad de inteligencia femenina, al afirmar que ese «sometimiento» al que nos referíamos antes al hablar de la educación infantil, se prolonga en la edad adulta de toda mujer:
“Nacer mujer significa nacer para ser mantenida por los hombres dentro de un espacio limitado previamente asignado. La presencia social de una mujer se ha desarrollado como resultado de su ingenio para vivir sometida a esa tutela y dentro de tan limitado espacio. Pero ello ha sido posible a costa de partir en dos el ser de la mujer. Una mujer debe contemplarse continuamente. Ha de ir acompañada casi constantemente por la imagen que tiene de sí misma”.
A continuación, el texto se centra en el papel del desnudo y su influencia a lo largo de la Historia en el campo de la pintura.¿Qué es más importante: el cuerpo representado o el hecho en sí de que ese cuerpo esté desnudo?.
Si nos fijamos en que tradicionalmente la pintura de desnudos ha sido mayoritariamente femenina, porque el espectador ideal es casi siempre un hombre, convendría detenerse en la actitud que adopta ese desnudo femenino representado; de nuevo nos topamos con una actitud de sometimiento al capricho del hombre. La mujer es retratada como objeto observable y consciente de esa observación ¿no es evidente el paralelismo entre este planteamiento y la situación social antes mencionada? La mujer se sabe observada, permite que la observen y se observa a sí misma. El hombre es quien decide observarla:
“En general, la pintura al óleo del desnudo europeo nunca presenta al protagonista principal, que es el espectador que hay ante el cuadro, espectador que se supone masculino. Todo va dirigido a él. Todo debe parecer un mero resultado de su presencia allí. Por él asumen las figuras su desnudez. Pero él es, por definición, un extraño que aún conserva sus ropas”.
A continuación se le dedica un capítulo completo al análisis del grado de posesión que alcanza el dueño de un cuadro sobre el tema u objetos en él representados. Al parecer, en sus orígenes, la pintura al óleo era el sistema más efectivo para hacer patente la riqueza del dueño de una obra; se pintaban sus tierras, su ganado, a su familia, a sus amantes… Con la llegada del Impresionismo cambian los valores estéticos, el arte se concibe de forma más abstracta y menos material. Más adelante, el Cubismo minará los planteamientos estéticos precedentes. Las perspectivas y técnicas de representación estética no han dejado de experimentar cambios hasta nuestros días: la fotografía y demás modalidades de impresión continúan plasmando la realidad pero, ¿con qué fin? y, lo que es más importante ¿en qué momento pasan a considerarse artísticas?.
Durante el Renacimiento, los grandes mercaderes se jactaban de poseer obras de arte. El criterio estético ante una obra era subordinado al valor económico de la misma:
“La pintura al óleo es a las apariencias lo que el capital a las relaciones sociales. Lo reducía todo a la realidad de los objetos. Todo resultaba intercambiable porque todo se convertía en mercancía”.
¿Acaso el afán por abarcar riquezas, propio del hombre renacentista, anulaba su capacidad de criterio? Es decir: si un cuadro se valoraba sólo económicamente, ello era resultado de una previa valoración estética (a mayor valor artístico, mayor valor económico). Si el fin último del coleccionista de arte era la mera acumulación de riquezas ¿qué le impedía vender sus cuadros? Posiblemente: el hecho de «perder puntos» ante una sociedad que lo valoraría más por poseerlos. En mi opinión, creo que eran los propios cuadros que acumulaba el coleccionista, como piezas exclusivas y obras de arte, lo que verdaderamente se admiraba y se envidiaba del rico coleccionista y no tanto el hecho de que esos cuadros representasen sus posesiones.
En definitiva: reconocer que existen diversos modos de ver para una misma imagen es una tarea difícil de llevar a cabo. Hasta que el observador no toma conciencia de que su perspectiva es sólo relativa y limitada (en tanto que es suya y, por tanto, diferente a cualquier otra) no alcanza a comprender la objetividad de la imagen que aparece ante sus ojos… lo que vemos, lo entendemos porque lo reconocemos, y sólo lo conocemos cuando lo hemos visto antes.
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