El mapa del cielo

El mapa del cielo; Félix J. Palma; Barcelona; Plaza & Janés; 2012

I’ve seen things you people wouldn’t believe…

«Si hubiera sabido que un día sería imposible soñar, no habría dejado nunca de hacerlo […] Habría tomado otra decisión. Y ahora no sé cómo recuperar el tiempo perdido […] ¿Adónde van los sueños que no se sueñan, Gilliam? ¿Adónde? ¿Hay algún lugar en el universo para ellos?»

La ciencia-ficcción ¡qué extraña ficción que yo siempre he rechazado! Ficticias recreaciones de estados del mundo extrañados, descontextualizados, antinaturales y desconocidos.

Con frecuencia se me ha resistido. Pese a que hubo intentos y conozco el género (siempre hubo alguien cerca y dispuesto a ilustrarme, faltaría más) no he sido yo muy amiga de las novelas no reales, o no apegadas lo suficiente a la realidad por la que yo transito en mi día a día.

Pero los buenos consejos, cuando son desinteresados se reciben con agrado y leer a Ray Bradbury, en su momento, fue uno de ellos.

El mapa del cielo es la segunda entrega de la «trilogía victoriana» que Félix J. Palma comenzó con El mapa del tiempo (Algaida, 2008)una primera parte que yo me perdí y cuya falta, ahora trato de enmendar leyendo esta segunda.

En El mapa del cielo se cuentan tres historias vividas por personajes ficticios y por otros que son culturalmente reconocibles, como H. G. Wells o Edgar A. Poe. Entiendo que su argumento conecta de algún modo con el de la primera entrega de la trilogía, pero sirva mi experiencia para demostrar, que ambos responden a su condición de textos independientes y que pueden leerse por libre sin que uno se pierda en el contenido.

De hecho podría decirse que uno se encuentra en él y se descubre entendiendo aspectos de esa realidad irreal que desarrolla, como ciertos, como auténticos y como suyos en definitiva.

Porque un personaje escéptico como yo, tan mala compañera de aventuras y viajes «al centro de la tierra» o a la luna o al mundo submarino ha picado con esta historia y ha caído con todo el equipo en las redes de la narración. Que no les sorprenda: todos tenemos nuestro gramaje imaginativo. Todos, yo también.

El estilo de J. Palma, que ya ha sido comentado en este espacio con ocasión a una de sus colecciones de cuentos o su contribución en Aquelarre, brilla a aquí por su causticidad, por su astucia para arrastrar al lector por caminos entrecruzados, aparentemente complejos, inmensamente entretendidos.

De una parte, el personaje de H. G. Wells que se pasea por las historias como héroe y como víctima: un escritor visionario, que en un estado de lucidez sin precedentes es capaz de adelantarse a hechos futuros tan inconcebibles como la invasión de la tierra por naves extraterrestres, como si La guerra de los mundos alguna vez hubiera sucedido, allá en la memoria del siglo XIX y por las calles de Londres, por ejemplo.

Y por las otras partes, un pasado y un futuro para ese presente del escritor: una cámara secreta que nada envidia a los expedientes «X» de Mulder y Scully, en pleno British Museum. Un futuro apocalíptico en el que se dan cita las consecuencias de esos hallazgos que permanecen «dormidos» en la cámara del museo, el amor de una jovencita increíblemente difícil de conquistar, un fantasma que no es tal y un poeta alcohólico que sobrevive a una catástrofe en la Antártida mucho antes de convertirse en el más famoso de los cuentistas de lo tenebroso.

Y todo sin abandonar una pose de narración bromista, de diálogo con el lector, buscando su complicidad y atiborrándolo de referencias intertextuales para que se adentre en los contenidos de la obra por su propia voluntad, fácilmente, sin esfuerzos y sobre todo, con una sonrisa en la cara.

Atacar naves en llamas de Orión no habría sido tan divertido.

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