El afinador de habitaciones; Celso Castro; Barcelona; Libros del Silencio; 2010
Hipótesis
Que la verosimilitud de un texto, su consonancia o no con el universo de lo real y lo conocido no sea lo más importante, supongamos eso y nada más.
Liberados de prejuicios y armados de curiosidad, dispongámonos a leer El afinador de habitaciones, compendio de dos relatos de Celso Castro que publica la exquisita «Libros del Silencio» y vayamos directos a sus últimas consecuencias, a lo que sucede después.
Una lectura extraña, en primer lugar por la decisión estética de comerse los puntos y aparte y las mayúsculas, que algún sabio motivo ha de haber para tal asunto, pero que para quien esto redacta no supone más que desconcierto y un cierto desasosiego.
Ambos relatos, pese a contar con tramas independientes, son narrados por una voz semejante, un punto de vista absoluta e irremediablemente adolescente y bohemio, el de aquel que prefiere perderse entre el alcohol, las mujeres y las densas lecturas antes que enfrentarse a la realidad que nos rodea a todos, él incluido. El típico.
Sin aportar nada realmente novedoso, el libro contagia al lector de un sentimiento extraño y diferente: la sensación de estar repasando los pensamientos de un chaval abandonado en su mundo interior, tan diferente del exterior que parece que sí que atañe al resto de los personajes que por allí transitan. Uno asume su perspectiva y acaba creyendo lo que este loco le cuenta, aunque no sea cierto o a pesar de serlo.
Que dicha circunstancia sea o no positiva, dependerá de las ganas que uno tenga de entrar en la historia, de simpatizar con su protagonista y de reconocer la ciudad en la que éste habita, como si también fuera la suya.
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