El mundo después del cumpleaños. Lionel Shriver. Trad. Daniel Najmías. Barcelona, Anagrama: 2013
Cuarenta y tantos
Cuando se es niño, en esa etapa confusa (y cuál no lo es) en la que todo referente es prioritario para manejarse en el absurdo de la existencia, se ve a los adultos como un bloque uniforme sin demasiada forma, a quienes hay que copiar, obedecer, admirar, reclamar, exigir. No hay diferencia de edades: los adultos son para un niño adultos sin más, «mayores» tanto si tienen veinte como si rondan los cincuenta.
Cuando se es adulto, en fin: se sabe que las cosas son de otra forma y que una década arriba o abajo puede estar cargada de informaciones y experiencias que hacen de la persona un ser absolutamente diferente.
El mundo después del cumpleaños aborda las desilusiones de la edad adulta girando alrededor de tres décadas diferentes y deteniéndose con especial cuidado en la de los cuarenta. Su protagonista, Irina McGovern, norteamericana de ascendencia rusa y afincada en Londres parece no querer reconocerse en los años que le corresponde vivir, añorando con vehemencia cualquier tiempo pasado para terminar dándose cuenta de que lejos de lo que suele decirse, casi siempre, «fue peor».
Ilustradora de cuentos infantiles, Irina McGovern parece querer rellenar con los mismos lápices de colores que utiliza para sus dibujos, las viñetas que dan forma a cada uno de los episodios de su día a día, que incluyen por supuesto a su pareja, sus amigos y su familia: un novio de carácter peculiar, que la adora con una monotonía que a ella la desespera; una amiga escritora a quien se une por un hilo frágil de rencor y envidia disfrazado de afecto profesional; el tentador marido de ésta: jugador de snooker de reconocido prestigio, tal vez demasiado interesado en ella. A ellos se une un pasado familiar tensado por una madre bailarina que exprimió de ella mucho más de lo que un cuerpo, negado para el ballet clásico podía ofrecerle.
Permanentemente insatisfecha, con un desprecio por su condición inmediata semejante al de un adolescente inconsciente del mundo que lo envuelve y lo protege, Irina se encapricha de otras posibilidades que la empujan, en un momento dado, a desviar su camino y a brindarle tal vez una alternativa «mejor» de seguir viviendo.
Pero no es ésta una historia sobre el desencanto vital, al menos no se nos presenta así desde el comienzo. El argumento de la novela que siguió al éxito rotundo Tenemos que hablar de Kevin, de Lionel Shriver (Carolina del Norte, 1957) parece centrado en la vida sentimental y sexual una mujer que duda demasiado acerca de lo que hace y que no se da cuenta de lo que desea hasta que el cuerpo deja de tener fuerzas para reclamárselo.
Pese a lo confuso de su arranque y planteamiento (la estructura de la novela repite cada capítulo, según va mostrando las dos posibles vidas de la protagonista a partir de una decisión que toma/no toma en el comienzo de la historia) el texto conecta con el lector y lo conduce de la mano por la risa cómplice de quien se reconoce en las situaciones más absurdas pero cotidianas, la rabia y el desprecio ante conductas que sabemos que no son adecuadas ni justas y el dolor, por todo aquello que siempre termina empañando el cristal de un futuro ideal y favorable, soñado tímidamente desde ese vago momento en que uno toma conciencia de estar «haciéndose mayor».
Por todo ello, aunque Irina se obsesiona con la elección del compañero «perfecto» para su vida, a quien considera «necesario» muy a pesar de su pretendida condición de mujer moderna e independiente, no es esta una historia de relaciones de pareja, exclusivamente; tampoco se trata de un retrato generacional de la clase media-acomodada londinense de los años noventa, pese a que es en esa época en la que viven los personajes y no es, en absoluto, una descripción del egoísmo e hipocresía de la sociedad occidental previa a los atentados del 11S que se citan, más que de pasada, en un momento crucial del desarrollo del argumento.
El mundo después del cumpleaños es una invitación a seguir viviendo y disfrutando (o no) de la vida, que no es otra cosa que una señorita que baila delante de nuestros ojos y que se escapa corriendo en cuanto queremos mirar para ella.