Come. Reza. Ama. Elizabeth Gilbert; trad. Gabriela Bustelo; Madrid; Suma de Letras; 2010.
Todo lo que quiero
Los escritores de éxito conocen a sus lectores: saben de sus carencias y necesidades, sus demandas, sus preferencias, elecciones, debilidades y anhelos. Si existen cada vez más autores de best-sellers a escala internacional, no es porque cada vez se escriba mejor, sino porque la investigación sobre los deseos del ser humano eternamente insatisfecho, ha avanzado mucho, lo cual para la industria editorial, supone algo así como un acontecimiento semejante al fenómeno de la gallina de los huevos de oro.
Elizabeth Gilbert, para quien no lo sepa, es una norteamericana de 41 años que sabe mucho de este tipo de carencias y que escribe por ello, gracias a ello.
Partiendo de una experiencia personal (punto número uno a la hora de seducir con un texto que pretende cambiarte la vida: que sea «real») Gilbert encadena irónicas circunstancias y estrafalarias aventuras que se encaminan hacia la caza y captura del codiciado misticismo hindú.
Lizzy se dedica a comer en Italia, rezar en la India y amar en Indonesia, eso se adivina desde la portada y para cuando la historia se termina, resulta que no hay nada más. Eso era todo.
¿Eso es lo que queremos?
Pues sí: al parecer es lo que una grandísima cantidad de lectoras quieren (no nos engañemos, no es una lectura para hombres ni a ello aspira en ningún momento).
Elizabeth come todo lo que nunca se hubiera permitido y se siente bien por ello, porque ya lo adelgazará después, que tiene tiempo. También aprende a rezar en un ashram indio y busca las respuestas a esas preguntas que desde siempre, habían hecho que su mente se sintiera estresada y bloqueada, sin permitir que su cuerpo fuera todo lo «trascendente» que merecía ser (y de paso, va adelgazando). Para cuando se siente totalmente renovada y sapiente, con un karma limpio, limpio como los chorros del Oro, entonces se va a Indonesia y se deja enamorar.
Así mucho mejor todo: traumático divorcio superado y revelaciones religiosas desplegadas ante ella como un catálogo de IKEA.
Debe de ser que toda mujer occidental rica, guapa y con éxito profesional era lo que estaba necesitando, o quizás, sólo lo hubiera deseado alguna vez.