Picnics

¿Qué es exactamente el «Parmentier»*? ¿Una guarnición a base de capas de patata, nata y queso que odia mi padre porque, cuando la probó en París, le pareció que estaba medio cruda? ¿Un pastel de patata y carne? ¿El nombre del puré de patatas en Francia? ¿Cualquier plato que lleve patata y que sirva para acompañar a otro en la gastronomía francesa?

Me parece que todas las opciones anteriores y alguna más.

Parmentier, el señor Antoine Parmentier fue un agrónomo y naturalista que decidió que la patata iba a dejar de ser una planta no comestible y que, en cambio, salvaría la vida a muchas personas a lo largo de la historia. Un hombre respetable.

Y es que las patatas, una vez más, nos salvaron la vida en aquella ocasión. No era el primer picnic al cual nos entregábamos desde que estábamos en París; afortunadamente, habíamos vivido ya la auténtica experiencia de la comida y la bebida sentados en el suelo y al borde del río, dos aspectos que definen el picoteo «campestre» en esa ciudad, que no es campestre en absoluto sino más bien de adoquín y gravilla.

La ocasión a la que me refiero fue más compleja y, en principio, no iba a estar ligada a ningún río y tampoco al asfalto.

Nos habíamos desplazado hasta el Bois de Boulogne en un cándido intento de imitar nuestra particular «partida de campo»: sobre la hierba, al fresco y con la brisa meciendo nuestros cabellos. Bien provistos de bocadillos y crudités, de tarrinas con alimentos untables y de frutas de hueso íbamos a llegar allí y dejarnos caer en el suelo, indolentes, relajados. Aquel era nuestro plan pero, como casi siempre que se tiene un plan, éste también estaba sujeto a imprevistos y sucedió lo que no esperábamos.

Decidimos llevar una bolsa de patatas fritas que teníamos por casa y comprar todo lo demás en un supermercado, seguro que habría uno por la zona, París está cuajado de ellos, no habría ningún problema.

Alcanzamos Neuilly-sur-Seine con la ilusión de un nuevo descubrimiento, un barrio de aburguesadas viviendas unifamilliares, algunas de las cuales se conservan practicamente intactas desde el siglo XVIII y asoman al otro lado de parterres escondidos pero curiosos; un lugar precioso pero en él no había ni un sólo supermercado.

Vimos la fundación Louis Vuitton. No entramos en el edificio, sólo lo contemplamos desde fuera porque había demasiada gente, hacía demasiado sol para estar esperando y la entrada eran demasiados euros pero Frank Gehry sin duda nos pareció que había hecho un buen trabajo.

Luego apareció mucha gente que caminaba hacia lo que se anunciaba como Jardin d’acclimatation. Todos llevaban cestas, bolsas con comida y bebida, protector solar, gorras y demás enseres para lo que, sin duda, se les ofrecía como una auténtica jornada de diversión. Si ellos iban ¿por qué no íbamos nosotros también? Y así, sin pensar, como se hacen tantas otras cosas, fue como entramos al parque de atracciones infantil.

Sí, «de atracciones», por supuesto, que sólo resultan atractivas para su público: el infantil.

Enseguida nos dimos cuenta de que estábamos en el lugar equivocado ya que allí no había comida, sólo algodón de azúcar, helados y chucherías varias, a la venta en chiringuitos con colas de más de treinta personas esperando a ser atendidas. El horror.

Nos comimos las patatas que nos habíamos traído de casa: Monsieur Parmentier, somos conscientes de que le debemos una.

*En el escudo de la comuna de Altos del Sena, Neuilly-sur-Seine, se homenajean varias cosas: el puente, la actividad portuaria con su barco y los primeros cultivos de patata en la llanura de Sablons, a cargo del señor Parmentier, nombre con el que también se conoce a las flores de esa planta.

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