─Ahora veo a los jóvenes y siento envidia, porque nosotros habíamos disfrutado tanto de los paseos… Nos entendíamos muy bien.
Tiene setenta y dos años y lleva un rato hablándome de «su pareja», que así se refiere al hombre con quien debió de compartir momentos felices de su vida y que ya no está.
─Fíjate que ahora valoro lo que es la jubilación, ahora lo entiendo porque ¡esto es la vida! Tomarse un zumo de naranja en una terraza a las doce de la mañana y pasear. Lo otro no.
«Lo otro», me dice, son las horas invertidas en sus clases. Fue profesora de Historia; su padre había querido que sus hijas y sus hijos estudiaran por igual y ella estudió porque, como tenía «buen ambiente» en la Facultad, no le había costado terminar la carrera y luego se había puesto a dar las clases… «casi sin pensar», me dice.
─Aquello no hubiera podido hacerlo ahora, imagínate, imposible ¡toda esa energía! Dónde va a parar… Ahora me toca pasear pero voy sola.
Acaba de comprar el libro de La muerte contada por un sapiens a un neandertal, de Millás y Arsuaga porque, dice, «el de la vida me pareció tan interesante…». Lo mete en una mochila que podría parecer demasiado juvenil para una señora de setenta y dos años aunque, bien pensado ¿qué significa eso? Es una mochila, un bolso para llevar colgado a la espalda y ella parece ir bastante cómoda.
─Me pasé un año hablando con él ¿sabes? Un año entero. Iba al cementerio y me sentaba delante de su tumba y le hablaba, como cuando estaba vivo. Luego me di cuenta de que no podía seguir así o iba a caer en una depresión, lo peor era el silencio… siempre silencio le dijera lo que le dijera… El pobrecito ¿qué me iba a decir?
Luego se había apuntado a clases de baile y su profesor resultó ser un excelente prescriptor de lecturas. Quise contarle que yo me había sentado delante de casi todas las tumbas de personas a quienes me hubiera gustado conocer en vida cuando estuve en París, que les dije cosas, que los buscaba hasta dar con ellos y luego pensaba en qué me hubiera gustado preguntarles pero no se lo dije.
Lo que sí le dije fue que yo había escrito un libro sobre una mujer que había podido acceder a la Universidad hace mucho y con mucho esfuerzo y ella se lo compró. Pocas dedicatorias las he escrito con tanta ilusión.
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