Plásticos

Si no es por mi amiga Alba, que ejemplar y acertadamente vive inmersa en la concienciación de sus allegados acerca de los beneficios de su actitud «zero waste» ante la vida, no me entero de que existe una ley, en vigor en toda Europa desde el pasado 1 de julio de 2021 pero que en España no se aplica hasta enero del año que viene, que prohíbe la venta de plásticos deshechables (platos, cubiertos, bastoncillos, pajitas…). La semana pasada estábamos las dos trabajado en un café, cada una escribiendo sus cosillas y la camarera le sirvió un refresco acompañado de una pajita. Así fue como me enteré: porque era de plástico y porque ella, que acaba de visitar París hace unas semanas, comprobó satisfecha que allí la ley se cumple a rajatabla y sólo se sirven cañas de cartón.

Sí, bueno, pero me temo que la concienciación respecto al reciclaje casero no lleva los mismos derroteros en la ciudad.

La vivienda tenía un cubo de basura con dos departamentos bien diferenciados, cada uno con su bolsa de plástico colocada en el enganche correspondiente. «Orgánico» y «envases», pensamos. El cartón y el vidrio los separaremos por nuestra cuenta.

Pero bajamos la basura la primera noche y ¿qué sucede? Al abrirse la portezuela del patio que comunicaba con la entrada del portal del edificio, una puerta que nunca se cerraba bien, que había que volver a empujar siempre para evitar corrientes incómodas y la entrada de roedores y demás bichejos indeseables, allí donde los cubos de basura esperaban a los vecinos con sus tapas abiertas como bocas infernales, allí el caos estaba servido.

Un cubo para los resíduos orgánicos, que más o menos se sabe lo que son.

Otro cubo para vidrio, que también tenemos claro en qué consiste el concepto.

Pero un tercero extraño, desconocido, incomprensible: un tercero para «cartón y envases», todo a la vez y sin bolsas, es decir: se volcaba el contenido del cubo de cada vecino allí y se mezclaban los botes de champú con las cajas de los huevos pero los plásticos no podían ir en bolsas, las bolsas no estaban permitidas salvo si eran de papel…

Las bolsas no se reciclan. Los envases sí.

Bajar la basura era una lección que se aprendía día a día, cada nueva ocasión aportaba un conocimiento distinto y todo llevaba una buena intención pero otra historia era comprobar si los vecinos se aplicaban el cuento y, más allá de asegurarse que la puerta quedase o no bien cerrada, lo que depositaban en cada uno de los cubos al otro lado era cuestión más bien ociosa y sujeta a cambios y modificaciones improvisadas.

Eso sí, en los bares, acompañando a las misteriosas cucharillas, las bebidas iban siempre con sus pajitas de cartón que se deshacían a los 10 minutos, como debe ser.

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