Dependientas

Llevo trabajando como dependienta, con alguna temporada esporádica y circunstancial en otro tipo de empleos desde 2005. Es un tiempo. Puedo decir con la autoridad que la experiencia me confiere que conozco el oficio bastante y que empatizo (a veces demasiado) con los diferentes tipos de «mala atención» al cliente que, en la mayoría de las ocasiones, se debe a unas malas condiciones contractuales o abusivas por parte de la empresa y no al mal talante del empleado. Es así.

Ese día caminaba por la Rue de Charonne en busca de un artículo concreto que necesitaba adquirir antes de la hora de comer y, con tal fin, me dispuse a entrar en varios establecimientos. Ninguno abría sus puertas antes de las diez y media u once de la mañana. Caminé un poco más, hasta que llegó la hora. Tal vez fueron cinco, quizás diez tiendas y en todas ellas atractivos jóvenes me saludaban al entrar y se despedían de mí al salir, sonreían, olían bien, sus locales estaban perfectamente iluminados, con ese tipo de luz indirecta que abraza al cliente nada más llegar y que da al producto una pátina especial, como de prenda que podrías usar en ese mismo momento, que no ha salido de una caja precintada sino que lleva colgando de un armario de madera de cedro toda la vida, a la espera de que tú te la pongas.

El confort.

Por fin di con lo que buscaba y me alegré, no era una misión sencilla pero cumplí con ella a la perfección aprovechándome, además, de un buen descuento por las rebajas de final de temporada. La vendedora, sin dejar de sonreír, me preguntó que dónde era yo y que me llevaba una prenda muy pero que muy típicamente francesa.

Es un regalo, espero que le guste… Es para alguien que admira mucho a Serge Gainsbourg.

Me mira con una sonrisa que le llena el rostro.

Entonces le va a encantar, seguro que sí.

Esa misma tarde, después de entregar el regalo, triunfante y exitosa porque, efectivamente, gustó mucho, regresé por casualidad al barrio de la tienda; no eran ni las ocho y los establecimientos ya estaban cerrados: Aquí no se trabaja hasta las nueve o las diez de la noche como en España, aquí se cuenta la caja a las siete y a y media ya están todos fuera. Los cartones estaban bien plegados y dispuestos en la puerta a la espera del camión que los iba a recoger y los escaparates «dormían» hasta el día siguiente porque, al igual que las calles, quedaban prácticamente a oscuras durante la noche: la «ciudad de la luz no gasta mucho en iluminación urbana y los dependientes pueden hacer planes para ir a cenar, por ejemplo.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Crea un sitio web o blog en WordPress.com

Subir ↑

A %d blogueros les gusta esto: