Memorias de un fotógrafo. París en los inicios de la fotografía. Félix Tournachon, conocido como Nadar, trad. Agustín Temes Rodríguez. Madrid: Casimiro libros, 2019.
La isla de Nadar
He visto la última película Mia Hansen Løve (París, 1981) y no la he entendido: desde luego que no he entendido parte de su trama porque se me ha enredado en un punto desde donde no he sabido continuar, pero es que tampoco he entendido lo que su directora quiere contar y siempre, imagino, se debe querer contar «algo».
Digo esto porque imagino que, cada uno en su contexto particular, escoge aquello que mejor conoce para hilar sus historias o sacar contenido de ellas: desde la zona de confort se parte y luego ya que cada cual se pierda por los derroteros que prefiera, en mayor o menor medida.
Leo estas divertidas reflexiones o «memorias», que creo que no llegan a ser lo del todo porque son muy breves y muy parciales respecto al trabajo y las experiencias de su autor y a él sí que lo entiendo: Nadar (París, 1820-1910) habla de lo que conoce y escribe sobre curiosidades o conflictos que lo asaltan en ese día a día de fotógrafo del París decimonónico que a mí tanto me gusta. Lo encuentro muy interesante y también muy sorprendente.
Su oficio es la excusa para atacar al elitismo de las clases sociales, el machismo cotidiano y los prejucios que la ignorancia arrastra al más erudito de los intelectuales de su tiempo, a saber: que si te haces una foto, pierdes «capas del alma» en cada exposición, por ejemplo.
Mia Hansen Løve, por su parte, habla de sí misma y de su relación con su pareja, los dos directores de cine y guionistas. La trama principal se mete dentro de otra trama secundaria, la ficción adereza el caldo con aliños autobiográficos y algún delirio fantasioso y yo ya no sé si hay metáfora o si hay reflejo real, si hay ataque a la forma de ser de cierto persoanje o si, simplemente, hay un personaje que debe caer mal y punto. No entiendo lo que sí y lo que no, el homenaje a Bergman que está pero que tampoco es tan importante en el argumento y, en definitiva, por qué la directora ha querido remojarlo todo en las relaciones de pareja, concretamente, las de los cineastas.
Vuelvo a Nadar, que está obsesionado con tomar fotografías desde un globo aerostático y que cuenta la odisea que lo lleva a lo más alto para alcanzar su objetivo, nunca mejor dicho, porque además lo alcanza.
Regreso a él cuando narra los detalles que lo llevaron a querer fotografíar las catacumbas con sistemas, todavía experimentales, de iluminación artificial y sonrío y me divierto con ese tono suyo guasón y entusiasmado. Tiene sentido. Me parece auténtico y me sorprende cuando escoge una breve reflexión biográfica sobre sí mismo («dibujante sin saberlo») y sobre algunos de sus colegas de profesión contemporáneos para cerrar su texto porque no imaginaba ese final.
Supongo que a veces imagino demasiado.
Deja una respuesta