Las visitas guiadas estaban completas, hasta mayo nadie podía apuntarse a ninguna y en mayo yo ya no iba a estar allí.
Mi ilusión por conocer por dentro el hogar del fantasma caía a velocidad vertiginosa por el pozo de la decepción. Dos meses en París y no sólo me quedaba sin entradas para ver La Bayadère de Nureyev en la Opéra Bastille, sino que tampoco podría recorrer el edificio de la Garnier.
Como hago a menudo, opté por comunicarme por correo electrónico con diferentes personas relacionadas con la institución. Expliqué mis circunstancias con todo lujo de detalles y traté de ser clara, lo más clara que me fue posible utilizando la lengua inglesa: que si estoy aquí porque estoy escribiendo una novela gracias a una ayuda del Ministerio en mi país, que si necesito ver el edificio por dentro, que si la documentación para mi libro depende de ello y que sólo dispongo de marzo y abril para completarla, etcétera.
Me sugirieron que hablase todo aquello con Severine, que ellos le reenviarían mis correos y que ya se pondría ella en contacto conmigo en cuanto tuviera ocasión, porque era una mujer muy ocupada.
Severine me escribe, sin falta, un par de días después. Me cito con ella en la sala de consulta de la Opéra Garnier para revisar archivos y pienso «una sala de consulta como cualquier otra, cuatro paredes, alguna ventana y algún paciente bibliotecario como Severine dispuesto a echarme un cable si se lo pido».
Y sí, soy escritora, pero reconozcamos que con la imaginación, a veces, voy muy justa.
Llegué puntual a mi cita y entré al edificio por la puerta de las visitas guiadas, esas de las cuales me habían dejado bien claro que jamás iba a poder participar. Pasé el control de seguridad y fui directa a información, sin pararme en la taquilla ni hacer cola ninguna ¿yo? Yo vengo a investigar mis cosas. Yo no hago colas. Yo reviso archivos.
─Disculpe ¿la sala de consulta?
─Dos plantas más arriba.
Miro en la dirección que la azafata me indica y sólo veo la entrada hacia la imponente escalinata de mármol de la Opéra.
─Pero… ¿está segura de que es por ahí? ¿Subo la escalera sin más?
─Sí, claro.
Y sí, se sube por la escalera, claro, pero esa escalera… la grandiosa escalera de entrada de la Opéra Garnier es quizás excesiva para alcanzar mi destino, pienso.
Llamo a la puerta y una mujer muy pequeña con unas gafas muy grandes me abre con esfuerzo, las bisagras emiten un desagradable chirrido. La madera pesa.
─Madame Lopes?
Esa soy yo, la que se pasa las siguientes dos horas haciendo fotos de todo lo que ve en esa sala de consulta, que tiene demasiados ventanales y demasiado grandes para ser una sala de consulta «como cualquier otra».
Cuando me echan, porque tienen que cerrar el edificio y yo no puedo quedarme a dormir, me despido de las fichas, los carteles, las carpetas y los cientos de libros allí almacenados como se almacenaban éstos antes de que existiesen nubes virtuales y consultas digitales.
Me marcho y bajo, naturalmente, por las mismas escaleras.
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